jueves, 17 de mayo de 2007

EL PELELE NOS LLEVA AL PRECIPICIO




Excelsior, 17 de mayo de 2007

Los muertos que vos matáis...
Humberto Musacchio

Las muchas policías mexicanas han sido un perfecto ejemplo de ineficiencia en el combate al crimen organizado

La conducción política requiere energía, valor y decisión. Ni duda cabe, pero el ejercicio imprudente de esos valores puede revertirse y llevar a resultados indeseables, del todo contrarios al objetivo buscado. Eso es lo que está sucediendo con la llamada “guerra contra el narcotráfico”, que hasta ahora arroja saldos que están muy lejos de mostrar eficacia en el empleo de la fuerza y de tranquilizar a la sociedad.

A propósito de la batida contra los narcos y sus tristes consecuencias, algunos personeros del gobierno insisten en que el descomunal aumento de las muertes violentas es “porque el narco está herido de muerte” o porque son “patadas de ahogado”. Incluso, un funcionario de buena fe dijo, palabras más, palabras menos, que la tremenda y sangrienta respuesta de las mafias se debe a que están heridas de muerte.

Para todos resulta obvio que el crimen organizado avanza todos los días, domina nuevos territorios, ingresa a los más diversos negocios y adquiere una poderosa presencia social. Además de su efecto corruptor, que incide severamente en los cuerpos policiacos y en el aparato de procuración de justicia, su alcance llega a muy altas esferas oficiales, pues financia campañas electorales, impone candidatos y condiciona por diversas vías el ejercicio del poder.

Si, como se estima, los narcos mexicanos mueven entre 20 mil y 30 mil millones de dólares cada año, a nadie escapa su importancia económica. Se han convertido en prominentes creadores de empleo, en fuente de financiamiento empresarial y en constructores que están cambiando la faz de muchas ciudades. A tan aplastante presencia económica corresponde una influencia irresistible, pues es conocido de la opinión pública que altos jefes de las bandas ocupan puestos en los consejos de administración de bancos regionales, intervienen en la esfera del deporte como dueños o patrocinadores de equipos e incluso compran con dinero sucio las bendiciones de ministros católicos y de otros cultos.

El crimen organizado tiene en el centro de sus actividades el narcotráfico. Es así por la importancia económica del tráfico de estupefacientes, pero eso no significa que los delincuentes de ese ámbito se prohíban incursionar en otros negocios ilícitos que les resultan altamente rentables, tales como el robo y el tráfico internacional de automóviles, los secuestros, la trata de blancas y otras actividades que hacen de las personas objeto de un comercio que no reconoce fronteras.

Estas actividades hacen del crimen organizado un negocio prácticamente mundial. Las transnacionales delictivas operan con solvencia en varios países, en diversas especialidades ilegales e igualmente en actividades permitidas por la ley en las que el dinero sucio entra en la circulación monetaria legal.

Las mafias cuentan con habilísimos abogados, con el respaldo de periódicos a su servicio, con la complicidad de policías, fiscales y jueces, con la interesada amistad de políticos y, por si fuera poco, actúan en sociedad con empresarios que no tienen otra moral sino el dinero. Ya la pelea no es contra matones de esquina ni raterillos de poca monta. Hoy, la guerra es contra fuerzas altamente complejas que disponen de dinero y de influencia para eludir la ley o someterla a su interés.


Las muchas policías mexicanas han sido un perfecto ejemplo de ineficiencia en el combate al crimen organizado. Fallaron no sólo porque incurren en el pecado de la corrupción, lo que se da por sentado y no debe ser óbice para su actuación; fallaron porque están ayunas de preparación personal y técnica para combatir al crimen moderno. Quizá sirvan para aprehender y extorsionar carteristas, pero están en franca desventaja para hacerle frente a las fuerzas del narco.

Pero hay algo más. En ninguna parte del mundo se ha logrado vencer a los narcotraficantes. Sufren derrotas, por supuesto, pero esas mafias son como hidras que reproducen y multiplican cada apéndice cortado. Las drogas siguen presentes en todas las grandes ciudades y en otras no tan grandes porque las mafias siguen actuando, están ahí porque su mercancía tiene demanda. Hasta los economistas del gobierno lo saben.

Con el poder corruptor de su dinero, con una inmensa capacidad para crear empleos legales e ilegales y con la legitimidad social que les aporta aparecer como benefactores, los capos del narco ya son algo más que personajes de corrido. Ni siquiera es propio decir que están enmedio de nosotros, pues en realidad se hallan situados más arriba, frecuentemente en posiciones respetables desde las cuales inciden en las decisiones que a todos nos afectan.

La contundente realidad, el fracaso de la llamada “guerra contra el narcotráfico” y un elemental sentido de responsabilidad social obligan a repensar el fenómeno. No sobra insistir: una solución es legalizar y reglamentar las drogas, dictar una amnistía y simultáneamente canalizar los caudales de las mafias hacia actividades permitidas, como se hizo en Estados Unidos al término de la prohibición. Lo demás es perder vidas y tiempo.

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