Tortillas y matemáticas
Rafael Segovia
El presidente de la República tiene varios títulos universitarios: es licenciado en derecho, economista del ITAM y tiene un diploma de la Kennedy School de Harvard. Son signos indiscutibles de su intención política, todos ellos revelan la intención de iniciar una carrera que, de tener el éxito esperado, culminaría en la Presidencia de la República. Incluso su matrimonio, si no se debió de manera exclusiva a esa intención primaria, sí coadyuvó a que el propósito inicial se lograra. Y se logró.
Si nos acercamos con más cuidado al currículum encontramos aún más rasgos de la intencionalidad primaria, que es la de querer ser un político. No se pretende destacar en derecho ni en economía: con un barniz basta con tal de que sea dado en instituciones de primera magnitud, como la Libre de Derecho, el ITAM, Harvard, cuya imagen es de primera magnitud, pero de derechas. Son conservadoras, tradicionales, caras, exclusivas. En cierto modo, son la antítesis, pongamos, de las carreras seguidas por rivales de poca monta, por gente como Creel o como la mayoría de los panistas, como los estudiantes y egresados de las universidades "patito" donde nuestra burguesía pretende desasnar a sus retoños.
Lo mucho o poco que el Presidente haya estudiado en esos centros del saber no le permite calcular el precio de la tortilla y su relación con el salario mínimo. Mejor dicho, no quiere entrar en esos cálculos ni llegar a las conclusiones que con toda frialdad alcanzan los empresarios, hombres siempre atentos a la defensa de la patria y de su economía. Subir los sueldos, dislocar el salario mínimo sería dislocar toda la economía: la tortilla puede subir, puede incluso dispararse, pero el salario debe seguir como lo que es, mínimo, no puede ponerse por debajo de su situación actual. Ni por un momento han pedido que las tortillas, así no fuera más, se mantengan en su precio actual. Que éstas suban de precio es una ley del mercado, de acuerdo con la cual, si todos los demás precios se mantienen estables pero uno sube, los beneficios de quienes controlen este último serán colosales.
El presidente de la República se ha refugiado en unas declaraciones tan vagas como confusas que se pueden resumir en una salida por la tangente: se subvencionará a las empresas para que generen empleo. De lo primero no se puede ni debe dudar, de lo segundo conviene ampararse en un sano escepticismo, o sencillamente en las propias declaraciones oficiales que nos indican la caída del poder adquisitivo de las clases asalariadas. El señor Calderón también se tapa con el corto plazo que lleva en la Presidencia. No le ha dado tiempo ni a pensar en una nueva política: para él los problemas son otros, no sólo el precio de las tortillas.
Su lucha es contra del narcotráfico, cuyos resultados espera con inquietud. Esta lacra y jugoso negocio lo ha heredado de gobiernos anteriores, tan impotentes unos como otros. El narcotráfico no ha sido controlado por nadie, por el contrario, en más de un caso, en varias publicaciones se ha visto como un fenómeno enraizado en ciertas regiones y grupos sociales a ciencia y paciencia de las autoridades, no sólo de México, sino de América Latina y de países europeos considerados impecables. Tampoco se puede aceptar que autoridades norteamericanas no estén involucradas en el negocio.
El problema es nuestro y, así no quiera aceptarlo, del Presidente, de su gobierno, de las autoridades locales, estatales, etcétera, pero siempre revertirá en él. No se trata de un problema de buena fe, de honestidad; estamos ante un problema de competencia política. Cada vez que hable de ley, de imperio de la legalidad, se pensará que, si el narcotráfico sigue con sus triunfos, éstos son beneficiados por un Estado de derecho fracasado.
La fuerza de un Estado está en reconocer sus errores, en admitir sus equivocaciones. Pese a las miserabladas del Partido Popular y sus jefes en España, aceptar el error de haber creído en la buena fe de los etarras era imperdonable y el señor Zapatero habrá de pagarlo. En México no hemos visto aún un caso análogo: el ex presidente Fox y señora hicieron cuanto les vino en gana y fueron encubiertos y apoyados por una justicia que de justicia sólo tenía el nombre. Se ha visto, es de conocimiento público, que Vicente Fox ha recibido regalos fastuosos a cambio de no sabemos qué, pero ahí están, en su rancho, a la espera de un museo donde se podrá admirar la corrupción nacional.
El presidente Calderón sabe de sobra lo endeble de su elección y de su gobierno. Pese a unos cuantos cortesanos que pretenden traer a colación el caso de Salinas de Gortari -quien supo inventar un gobierno que terminó siendo popular-, tal cosa sólo se produce en raras ocasiones y cuando se tiene a mano un Maquiavelo moderno como José María Córdoba. El actual valido no parece tener el mismo peso encima de los hombros. Queda, pues, que el Presidente imagine la manera de gobernar este país, ofrecerle una ilusión que no sea algo ya conocido, probado y fracasado. Puede ser una manera de cumplir así no sea más que una línea del programa ofrecido para sacar a los pobres de este país de su situación. Cumplir con la palabra dada le colocaría ante sus partidarios y sus rivales, e incluso de los enemigos que dice no tener, ante un panorama algo más tranquilo.
Reforma, 19-Ene-2007.
Rafael Segovia
El presidente de la República tiene varios títulos universitarios: es licenciado en derecho, economista del ITAM y tiene un diploma de la Kennedy School de Harvard. Son signos indiscutibles de su intención política, todos ellos revelan la intención de iniciar una carrera que, de tener el éxito esperado, culminaría en la Presidencia de la República. Incluso su matrimonio, si no se debió de manera exclusiva a esa intención primaria, sí coadyuvó a que el propósito inicial se lograra. Y se logró.
Si nos acercamos con más cuidado al currículum encontramos aún más rasgos de la intencionalidad primaria, que es la de querer ser un político. No se pretende destacar en derecho ni en economía: con un barniz basta con tal de que sea dado en instituciones de primera magnitud, como la Libre de Derecho, el ITAM, Harvard, cuya imagen es de primera magnitud, pero de derechas. Son conservadoras, tradicionales, caras, exclusivas. En cierto modo, son la antítesis, pongamos, de las carreras seguidas por rivales de poca monta, por gente como Creel o como la mayoría de los panistas, como los estudiantes y egresados de las universidades "patito" donde nuestra burguesía pretende desasnar a sus retoños.
Lo mucho o poco que el Presidente haya estudiado en esos centros del saber no le permite calcular el precio de la tortilla y su relación con el salario mínimo. Mejor dicho, no quiere entrar en esos cálculos ni llegar a las conclusiones que con toda frialdad alcanzan los empresarios, hombres siempre atentos a la defensa de la patria y de su economía. Subir los sueldos, dislocar el salario mínimo sería dislocar toda la economía: la tortilla puede subir, puede incluso dispararse, pero el salario debe seguir como lo que es, mínimo, no puede ponerse por debajo de su situación actual. Ni por un momento han pedido que las tortillas, así no fuera más, se mantengan en su precio actual. Que éstas suban de precio es una ley del mercado, de acuerdo con la cual, si todos los demás precios se mantienen estables pero uno sube, los beneficios de quienes controlen este último serán colosales.
El presidente de la República se ha refugiado en unas declaraciones tan vagas como confusas que se pueden resumir en una salida por la tangente: se subvencionará a las empresas para que generen empleo. De lo primero no se puede ni debe dudar, de lo segundo conviene ampararse en un sano escepticismo, o sencillamente en las propias declaraciones oficiales que nos indican la caída del poder adquisitivo de las clases asalariadas. El señor Calderón también se tapa con el corto plazo que lleva en la Presidencia. No le ha dado tiempo ni a pensar en una nueva política: para él los problemas son otros, no sólo el precio de las tortillas.
Su lucha es contra del narcotráfico, cuyos resultados espera con inquietud. Esta lacra y jugoso negocio lo ha heredado de gobiernos anteriores, tan impotentes unos como otros. El narcotráfico no ha sido controlado por nadie, por el contrario, en más de un caso, en varias publicaciones se ha visto como un fenómeno enraizado en ciertas regiones y grupos sociales a ciencia y paciencia de las autoridades, no sólo de México, sino de América Latina y de países europeos considerados impecables. Tampoco se puede aceptar que autoridades norteamericanas no estén involucradas en el negocio.
El problema es nuestro y, así no quiera aceptarlo, del Presidente, de su gobierno, de las autoridades locales, estatales, etcétera, pero siempre revertirá en él. No se trata de un problema de buena fe, de honestidad; estamos ante un problema de competencia política. Cada vez que hable de ley, de imperio de la legalidad, se pensará que, si el narcotráfico sigue con sus triunfos, éstos son beneficiados por un Estado de derecho fracasado.
La fuerza de un Estado está en reconocer sus errores, en admitir sus equivocaciones. Pese a las miserabladas del Partido Popular y sus jefes en España, aceptar el error de haber creído en la buena fe de los etarras era imperdonable y el señor Zapatero habrá de pagarlo. En México no hemos visto aún un caso análogo: el ex presidente Fox y señora hicieron cuanto les vino en gana y fueron encubiertos y apoyados por una justicia que de justicia sólo tenía el nombre. Se ha visto, es de conocimiento público, que Vicente Fox ha recibido regalos fastuosos a cambio de no sabemos qué, pero ahí están, en su rancho, a la espera de un museo donde se podrá admirar la corrupción nacional.
El presidente Calderón sabe de sobra lo endeble de su elección y de su gobierno. Pese a unos cuantos cortesanos que pretenden traer a colación el caso de Salinas de Gortari -quien supo inventar un gobierno que terminó siendo popular-, tal cosa sólo se produce en raras ocasiones y cuando se tiene a mano un Maquiavelo moderno como José María Córdoba. El actual valido no parece tener el mismo peso encima de los hombros. Queda, pues, que el Presidente imagine la manera de gobernar este país, ofrecerle una ilusión que no sea algo ya conocido, probado y fracasado. Puede ser una manera de cumplir así no sea más que una línea del programa ofrecido para sacar a los pobres de este país de su situación. Cumplir con la palabra dada le colocaría ante sus partidarios y sus rivales, e incluso de los enemigos que dice no tener, ante un panorama algo más tranquilo.
Reforma, 19-Ene-2007.
No hay comentarios:
Publicar un comentario