viernes, 14 de noviembre de 2008

CASI CASI UN SEMIDIOS

Excélsior, jueves 13 de noviembre de 2008
Las desventajas de ser comparado con Dios
Humberto Musacchio
En días tan propicios a las verdades a medias, contradicciones y especulación, Excélsior publicó ayer en la página 25 un clarificador testimonio sobre la caída del Learjet de Gobernación. Dos personas vieron cuando el citado avión dio una vuelta completa sobre su costado, lo que ocurrió al poniente de la ciudad, aproximadamente a las 18:45 horas, cuando la nave debía cambiar de frecuencia y se perdió el contacto por radio.
Los testigos son Nikolas Klaus y Carlos Alberto Bandini Varela, quienes vieron cuando el avión daba la voltereta sobre sí mismo y luego se iba en picada, lo que se explicaría, según Víctor Manuel Camposeco, piloto jubilado y escritor en activo, por la llamada turbulencia de vórtice producida por el Boeing 767 que viajaba adelante, a una distancia de 6.4 kilómetros, muy inferior a las seis millas (más de diez kilómetros) que debían separar a una de otra aeronave.
A reserva de que el examen de las grabaciones de vuelo diga otra cosa, lo que es improbable, se confirma que se trató de un accidente y ya se sabrá si el responsable es el piloto o algún controlador de vuelo. Igualmente, pierde fuerza la hipótesis de una “pérdida súbita de control” que expuso Miguel Ángel Valero, presidente del Colegio de Pilotos Aviadores, o en todo caso tal pérdida muy bien puede atribuirse precisamente al giro que produjo ese remolino que dejan tras de sí los aviones grandes.
Lo cierto es que se aleja la hipótesis del atentado y el gobierno federal puede decir, con la salvedad que se quiera, que los tentáculos del narcotráfico no son tan largos como para atentar contra miembros del gabinete. Importa el citado testimonio porque flotaba en el ambiente la sospecha de un crimen premeditado, lo que evidenciaría la vulnerabilidad de un gobierno que no puede con la delincuencia.
Al reforzarse con testimonios directos la hipótesis de accidente, la percepción pública tendrá que ser otra y se modifica favorablemente el panorama para el gobierno federal, lo que por lo pronto libera a las autoridades, especialmente al secretario de Gobernación entrante, de la ardua tarea de dar verosimilitud a la versión oficial de lo ocurrido.
No es exagerado decir que, en tales condiciones, Fernando Gómez Mont podrá sentarse en el escritorio de Bucareli con más tranquilidad para hacerle frente a las muchas tareas que tiene pendientes. La primera es ofrecer la sensación de que ahora sí hay quien maneje la política interior, lo que se logra mediante una comunicación fluida con los diversos actores políticos y mostrando habilidad y firmeza a la hora de llegar a acuerdos y de aplicarlos, de darle respuesta a algunos conflictos y de abrir caminos para problemas sin solución inmediata.
Gómez Mont es hombre cercano a Diego Fernández de Cevallos, lo que no sería precisamente para enorgullecerse entre los apóstoles de la verdad. Pero en tratándose del ámbito de la política, las buenas personas son como los funcionarios sin experiencia: no sirven. Siempre será preferible un político mediano, pero realmente político, a un funcionario que desconozca el instrumental gubernativo.
Por tradición, más que por disposición constitucional, el ocupante de Bucareli es el jefe de gabinete, el que orienta las labores políticas de todo el aparato gubernamental. Era urgente que en el Palacio de Cobián despachara una persona enterada de sus responsabilidades y de las tareas que toca cumplir a cada dependencia, un conocedor de los mecanismos propios de la vida pública.
La urgencia de un funcionario de ese perfil era más notoria porque, salvo excepciones conocidas y muy escasas, el gabinete de Felipe Calderón padece de un raquitismo que se hará cada vez más ostensible conforme avance la crisis económica. Sin diálogo entre las fuerzas políticas, sin interlocución con todos, no habrá manera de que México se enfrente exitosamente a los tremendos retos que ya se avizoran.
Pero Gómez Mont no las tiene todas consigo. Empieza su gestión identificado como enemigo de TV Azteca, lo que redundará en problemas para el gobierno federal. Carga también el lastre de haber sido abogado en casos monumentales de corrupción. Tiene 13 años fuera de la política activa y para compensar ese déficit tal vez no le alcance la militancia en la que se inició casi niño.
Sin embargo, un problema mayor afronta desde ahora Gómez Mont. Elevado su antecesor a la categoría de prócer impoluto, convertido por Calderón en héroe nacional, fustigados sus críticos casi como traidores a la patria y hasta tildados literalmente de “imbéciles” por quien está obligado a la mayor prudencia, es obvio que el recién llegado tendrá problemas para llenar las desproporcionadas expectativas creadas por su jefe, que se imagina a su principal colaborador como el portador de una espada flamígera que daba luz al gobierno y rumbo a la nación.
Para cualquier mortal es muy desventajoso que lo comparen con Dios. Fernando Gómez Mont sabe que, ante cualquier falla, le recordarán la inventada grandeza de su antecesor; y si acierta, siempre será inferior al madrileño elevado a la categoría de deidad.

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