lunes, 24 de septiembre de 2007

PALABRAS SABIAS DE UN PROFESOR EMINENTE

Reforma, 14 de sptiembre de 2007

Los medios de la política
Por Rafael Segovia

Explicar el viaje a Oriente de Felipe Calderón Hinojosa después de haber leído su mensaje al país, no ha sido intentado ni por su partido ni por su gobierno ni por sus amigos. Son tres visitas sin sentido: Nueva Zelanda, Australia y la India no son prioridades de la política exterior de México. El periplo presidencial parecer ser el de un hombre agraciado por la lotería que decide llevar a su familia a conocer un mundo ignoto, visto sólo a través de las novelas inglesas, del cual apenas se sabe que está en Asia -y no se conoce cuáles son las capitales, que formaron parte del imperio inglés. Hoy día están en la APEC que el señor Bush comprende con la OPEP. No se puede saber qué empujó al Presidente a estrenar así su avión nuevo. Pero se puede suponer.

El calendario político, el posible éxito o fracaso de las propuestas pende de un hilo que, para desgracia del jefe del Estado, está en manos de los partidos y de los legisladores. Algunos puntos son sorprendentes: la reaparición de Manuel Espino, pongamos por caso, evidencia la incapacidad de Calderón en materia de política partidista y amenaza en las próximas reuniones al poder presidencial cuando se deba elegir un nuevo presidente del PAN. La insolencia de Vicente Fox se acentúa día tras día, mientras el PRI carece de una conducción segura y presencia una guerra de jefes menores, obsesionados por unos resultados que aparecerán dentro de cinco años. Temen ya estos hombres las consecuencias de la política actual. El porvenir de las reformas calderonianas es negro y no auguran una solución pronta de los problemas que agobian a esas clases menesterosas que tanto angustiaron a Felipe Calderón durante su campaña.

La reforma impositiva, ante la actitud desafiante de los empresarios y en general del dinero, se ha reducido a una conversación entre los dueños de éste, del dinero, y del secretario de Hacienda. Las intervenciones del Presidente son esporádicas y poco afortunadas. Se reducen a advertir la imposibilidad de emprender obras de infraestructura. El debate, además, se ha encerrado en dos puntos considerados esenciales. Y lo son. Una reforma de la ley electoral, después de las elecciones de julio de 2006, se antoja indispensable. Las declaraciones, plagadas de amenazas veladas y abiertas, tanto de los propietarios y empleados de Televisa y de TV Azteca como del sector empresarial, confirman lo anunciado por los hombres y mujeres del IFE. Si la ley electoral impone nuestro despido, quedaría confirmada la denuncia de la izquierda contra los resultados de 2006. Dejar al señor Ugalde en su puesto equivale a aceptar cualquier mangoneo no sólo suyo, sino de todos cuantos intervinieron en aquella victoria que mantiene al Presidente en un entredicho constante y al país ajeno a su propio destino. El reparto del Zócalo entre quienes reclaman su legalidad y quienes alegan su legitimidad, pese a las campañas de prensa y de televisión, es prueba de la vigencia del litigio.

La reforma de la ley de medios y de la ley electoral, si bien se distancian en algunos puntos, coinciden en lo esencial. Recuperar una parte de la soberanía nacional -la de su espacio- y la voluntad de la nación es necesario precisamente para lograr una base desde la que el desarrollo no dependa de intereses que no son nacionales sino particulares. El crecimiento de éstos puede verse en la enajenación de la educación en todos sus niveles. La cultura nacional depende hoy de la televisión en primer lugar. Ni colegios ni universidades pueden competir con ella, está por encima de los libros, de los periódicos y de las revistas. Está por encima de todo, en México y en todo el mundo. Un medio de tal poder, superior a cualquier empresa comercial o industrial, sólo en algunos países vive en una situación de monopolio. México es uno de ellos. Que den entrada, cuando bien le parece, a alguna voz disidente de la línea por él impuesta, es más un acto gracioso que una imposición legal.

La política está inmersa en la cultura nacional y ésta, en este país, depende de un monopolio inconmovible, dependiente a su vez de las llamadas leyes del mercado que, en el caso de la televisión, se somete sólo a un gusto que ella ha formado. La presencia de algunos canales destinados a un público restringido muestra la distancia que media entre aquellas televisiones -y aquellas culturas- y las nuestras. No sólo por la calidad de los programas exhibidos, sino por algo que casi suena ridículo mencionarlo: por la libertad, expresada por la variedad, de los temas políticos.

Encontrar en la BBC un debate sobre el Islam, donde la presencia de imanes y otros dignatarios procedentes de Paquistán, Iraq o Argelia, enemigos no sólo de sus gobiernos sino partidarios de Al-Qaeda, hablando abiertamente contra la posición del gobierno inglés, no sólo sorprende sino que nos obliga a admirar la libertad de los habitantes de esa isla y de sus gobernantes. Cómo se ha llegado a tal situación obliga a remontarse a su Gloriosa Revolución y al hachazo que el parlamento dio a su majestad.

No se trata hoy día de aceptar la violencia para imponer un régimen de auténtica libertad y de pluralidad. Cuando en un pasado ya remoto o, según la materia, reciente no se tuvo una preocupación por la vida política y sobre todo cultural del país, las consecuencias se hacen presentes ahora. La vida de la cultura está representada por la telenovela o programas aun peores. Con los ataques despiadados de los canales tan pronto como advirtieron que el proyecto se iba a discutir en las Cámaras, se tuvo una imagen bastante clara de los intereses que van a estar en juego en las semanas venideras. De ganar Televisa y el Azteca ya sabemos qué nos espera.

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