jueves, 27 de septiembre de 2007
De otro Maestro
Excélsior, 27-Sep-2007
Ignorar el éxito es una derrota
Humberto Musacchio
La reforma política es uno de esos extraños procesos en los que hay varios triunfadores. Un ganador es Felipe Calderón, que a cambio de aceptar la salida inmediata de tres de los nueve consejeros del IFE obtiene una buena cuota de legitimidad; otros son los líderes de las tres principales fracciones políticas del Senado, que muestran lo provechosa que puede resultar la aptitud negociadora y abren para sí opciones políticas tan grandes como lo permita su talento; un éxito más es el que puede abonarse a Jorge Alcocer V., quien en el proceso demostró que es el mexicano que mejor conoce el ámbito electoral; otro triunfador es Andrés Manuel López Obrador, pues se demuestra que el cuerpo de consejeros encabezado por Luis Carlos Ugalde no puede arribar a 2009 como si nada hubiese pasado.
Otras ganancias están a la vista. Para el ocupante de Los Pinos, la renovación parcial de consejeros, con Ugalde por delante, implica un claro mensaje: no necesita a la gente de Elba Esther Gordillo para gobernar e incluso parece dispuesto a llevar la reforma adelante pese a la intensa actividad de la maestra en favor de las televisoras, activismo que ya le garantizó el apoyo del gobernador de Coahuila y seguramente de varios más, pero que serán insuficientes para frenar la reforma. Por supuesto, Elba Esther dispone de recursos y de inteligencia política, pero todo indica que perderá esta batalla porque ya se vio el costo de ceder a los poderes fácticos facultades que corresponden a las instituciones. Por conveniencia inmediata, los hombres públicos pueden hacer muchas concesiones, pero no al extremo de renunciar a las atribuciones del Estado, porque entonces los políticos dejan de ser necesarios y corren el riesgo de perderlo todo.
Para los líderes partidarios del Senado la reforma representa un enorme logro, pues se pusieron al frente de un proceso que resultaba indispensable por el profundo deterioro de la convivencia política. Con su actuación, Santiago Creel repone buena parte del terreno perdido con su desastroso proceder como secretario de Gobernación y vuelve a ser el político capaz de tejer alianzas y lograr acuerdos. Carlos Navarrete, pese a la necia incomprensión de los sectores duros del perredismo, muestra las bondades de la actitud negociadora y hace ganar puntos a la corriente de Los Chuchos a la que representa. Manlio Fabio Beltrones, por su parte, emerge como el artífice de la reforma y de paso como la principal figura del PRI, en medio del agotamiento de los liderazgos que padece la organización tricolor.
Jorge Alcocer, con la confianza de los tres principales partidos, demostró que de algo —de mucho— sirve su larga experiencia en asuntos comiciales. Ante la Comisión Federal Electoral fue representante del Partido Mexicano Socialista (1986-89) y del PRD (1989-90). Dejó este partido después de una grosera campaña de infamias de quienes se decían sus compañeros y, ya como ciudadano independiente, creó en 1993 y dirige la revista Voz y voto, especializada en asuntos electorales; fue asesor personal, sin goce de sueldo, del secretario de Gobernación Jorge Carpizo cuando éste, en medio de la profunda crisis política de 1994, hizo del Consejo General del IFE un cuerpo confiable al dar en él la mayoría de votos a un grupo de ciudadanos sin militancia en partidos.
Alcocer, leonés nacido en 1955, es licenciado en economía y tiene estudios de maestría por la UNAM, ha prestado asesoría a diversos gobiernos estatales, lo que se ha traducido en la ciudadanización de los órganos comiciales y la reelaboración de sus códigos y leyes sobre la materia. En 1998-99 fue subsecretario de Desarrollo Político de la Secretaría de Gobernación, donde le tocó atender las negociaciones entre el gobierno y el Congreso.
En la campaña de 2000 formó parte del equipo de Francisco Labastida, candidato del PRI, con la aclaración de que él no pertenecía a ese partido. Después de esa experiencia trabajó en la formación de un nuevo partido: Fuerza Ciudadana, que participó infructuosamente en los comicios de 2003, en los que perdió el registro y desapareció. Como articulista de UnoMásUno, La Jornada, El Universal, Proceso, Reforma y otras publicaciones, se ha ocupado principalmente de asuntos electorales. En 2005 coordinó el libro El voto de los mexicanos en el extranjero y, entre otras obras, es coautor de Dinero y partidos (1993), Elecciones, diálogo y reforma. México 1994 (1995) y de México 2006, manual para lectores y electores.
Estas son algunas de las credenciales que avalan a Jorge Alcocer Villanueva. Por esa trayectoria y luego de aprobada la reforma electoral en el Congreso de la Unión, lo lógico y razonable es que sea elegido consejero presidente del Instituto Federal Electoral. Sin embargo, contra esa posibilidad conspiran algunos panistas y —cosas veredes— López Obrador, que si se empeña en cerrarle el camino a Alcocer dejará al PRD inhabilitado para impulsar una candidatura distinta y tendrá que apechugar con otro Ugalde o alguien peor, ignorante, parcial e incapaz de llevar las elecciones a buen puerto. Y entonces sí: ¡Al diablo las instituciones!
Ignorar el éxito es una derrota
Humberto Musacchio
La reforma política es uno de esos extraños procesos en los que hay varios triunfadores. Un ganador es Felipe Calderón, que a cambio de aceptar la salida inmediata de tres de los nueve consejeros del IFE obtiene una buena cuota de legitimidad; otros son los líderes de las tres principales fracciones políticas del Senado, que muestran lo provechosa que puede resultar la aptitud negociadora y abren para sí opciones políticas tan grandes como lo permita su talento; un éxito más es el que puede abonarse a Jorge Alcocer V., quien en el proceso demostró que es el mexicano que mejor conoce el ámbito electoral; otro triunfador es Andrés Manuel López Obrador, pues se demuestra que el cuerpo de consejeros encabezado por Luis Carlos Ugalde no puede arribar a 2009 como si nada hubiese pasado.
Otras ganancias están a la vista. Para el ocupante de Los Pinos, la renovación parcial de consejeros, con Ugalde por delante, implica un claro mensaje: no necesita a la gente de Elba Esther Gordillo para gobernar e incluso parece dispuesto a llevar la reforma adelante pese a la intensa actividad de la maestra en favor de las televisoras, activismo que ya le garantizó el apoyo del gobernador de Coahuila y seguramente de varios más, pero que serán insuficientes para frenar la reforma. Por supuesto, Elba Esther dispone de recursos y de inteligencia política, pero todo indica que perderá esta batalla porque ya se vio el costo de ceder a los poderes fácticos facultades que corresponden a las instituciones. Por conveniencia inmediata, los hombres públicos pueden hacer muchas concesiones, pero no al extremo de renunciar a las atribuciones del Estado, porque entonces los políticos dejan de ser necesarios y corren el riesgo de perderlo todo.
Para los líderes partidarios del Senado la reforma representa un enorme logro, pues se pusieron al frente de un proceso que resultaba indispensable por el profundo deterioro de la convivencia política. Con su actuación, Santiago Creel repone buena parte del terreno perdido con su desastroso proceder como secretario de Gobernación y vuelve a ser el político capaz de tejer alianzas y lograr acuerdos. Carlos Navarrete, pese a la necia incomprensión de los sectores duros del perredismo, muestra las bondades de la actitud negociadora y hace ganar puntos a la corriente de Los Chuchos a la que representa. Manlio Fabio Beltrones, por su parte, emerge como el artífice de la reforma y de paso como la principal figura del PRI, en medio del agotamiento de los liderazgos que padece la organización tricolor.
Jorge Alcocer, con la confianza de los tres principales partidos, demostró que de algo —de mucho— sirve su larga experiencia en asuntos comiciales. Ante la Comisión Federal Electoral fue representante del Partido Mexicano Socialista (1986-89) y del PRD (1989-90). Dejó este partido después de una grosera campaña de infamias de quienes se decían sus compañeros y, ya como ciudadano independiente, creó en 1993 y dirige la revista Voz y voto, especializada en asuntos electorales; fue asesor personal, sin goce de sueldo, del secretario de Gobernación Jorge Carpizo cuando éste, en medio de la profunda crisis política de 1994, hizo del Consejo General del IFE un cuerpo confiable al dar en él la mayoría de votos a un grupo de ciudadanos sin militancia en partidos.
Alcocer, leonés nacido en 1955, es licenciado en economía y tiene estudios de maestría por la UNAM, ha prestado asesoría a diversos gobiernos estatales, lo que se ha traducido en la ciudadanización de los órganos comiciales y la reelaboración de sus códigos y leyes sobre la materia. En 1998-99 fue subsecretario de Desarrollo Político de la Secretaría de Gobernación, donde le tocó atender las negociaciones entre el gobierno y el Congreso.
En la campaña de 2000 formó parte del equipo de Francisco Labastida, candidato del PRI, con la aclaración de que él no pertenecía a ese partido. Después de esa experiencia trabajó en la formación de un nuevo partido: Fuerza Ciudadana, que participó infructuosamente en los comicios de 2003, en los que perdió el registro y desapareció. Como articulista de UnoMásUno, La Jornada, El Universal, Proceso, Reforma y otras publicaciones, se ha ocupado principalmente de asuntos electorales. En 2005 coordinó el libro El voto de los mexicanos en el extranjero y, entre otras obras, es coautor de Dinero y partidos (1993), Elecciones, diálogo y reforma. México 1994 (1995) y de México 2006, manual para lectores y electores.
Estas son algunas de las credenciales que avalan a Jorge Alcocer Villanueva. Por esa trayectoria y luego de aprobada la reforma electoral en el Congreso de la Unión, lo lógico y razonable es que sea elegido consejero presidente del Instituto Federal Electoral. Sin embargo, contra esa posibilidad conspiran algunos panistas y —cosas veredes— López Obrador, que si se empeña en cerrarle el camino a Alcocer dejará al PRD inhabilitado para impulsar una candidatura distinta y tendrá que apechugar con otro Ugalde o alguien peor, ignorante, parcial e incapaz de llevar las elecciones a buen puerto. Y entonces sí: ¡Al diablo las instituciones!
miércoles, 26 de septiembre de 2007
martes, 25 de septiembre de 2007
lunes, 24 de septiembre de 2007
¡¡¡¡¡¡¡BONITO!!!!!!!!!
Milenio Diario, lunes 24 de Septiembre de 2007
Calderón: bonito discurso… ¿y?
Juan Pablo Becerra Acosta
El viernes pasado, reunido con quienes supuestamente son los 300 líderes más importantes del país (según una revista), Felipe Calderón hizo una introspección que bien podría ser tomada como una confesión hecha a nombre de la usualmente ineficaz aristocracia política nacional. Les decía el Presidente a esos supuestos adalides que actuaran (él incluido) como lo que se ufanan de ser: "líderes". Líderes que, por los privilegios de los cuales gozan en un país "quebrado por el dolor de la injusticia y la desigualdad", deben hacer algo para que México supere "la mediocridad que (le) hemos aportado todos".
El panista fue más allá: llamó a esa "minoría selecta" –de la que forma parte– a no quedarse "como la oruga docta que pontifica y se sube a su torre de marfil", un parnaso político, empresarial y mediático que, invariablemente, queda convertido en… "pedestal de imbéciles".
Vistosa retórica. Pero, en diez meses, ¿él qué ha hecho –palpablemente– para erigirse ya en líder exento de esa intrascendencia y estolidez que fustiga? Vamos a ver lo que opina la gente en sus casas, según las encuestas más recientes, las de MILENIO (María de las Heras) y El Universal (Ipsos-Bimsa):
Suelen promocionar los gobernantes sus calificaciones o grados de aceptación en las encuestas (lo cual repiten los medios electrónicos), pero nunca hablan los políticos (y menos los locutores) de la letra chiquita: sí, 64% de los mexicanos aprueba el trabajo que está haciendo el Presidente, pero… sólo 9% de esta aprobación es dura. Es decir, de gente que "lo aprueba mucho". La aprobación blanda (quienes lo aprueban algo) y la volátil (los que simplemente "se inclinan" a aprobarlo) es de… 55%. Por eso, como si se tratara de "calificaciones escolares" (del 1 al 10), el mandatario apenas obtiene un mediocre 6.6 en su boleta.
¿Por qué? La gente no percibe en su vida diaria una mejoría en los temas que realmente le afectan: Calderón está reprobado en la mejora del poder de compra, del nivel salarial, de la economía familiar, así como en la disminución de la pobreza, en el combate a la delincuencia (a pesar de la guerra que declaró al crimen organizado), y lo peor, ya que era el sustento de su campaña, en la generación de empleos. En ninguno de estos rubros rebasa 44% de satisfacción ciudadana y sí se lleva varios veintes por ciento. De ahí que sólo cuatro de cada diez mexicanos le crean cuando perora.
Por eso: bonito discurso… ¿y?
COMENTARIO
Calderón: bonito discurso… ¿y?
Juan Pablo Becerra Acosta
El viernes pasado, reunido con quienes supuestamente son los 300 líderes más importantes del país (según una revista), Felipe Calderón hizo una introspección que bien podría ser tomada como una confesión hecha a nombre de la usualmente ineficaz aristocracia política nacional. Les decía el Presidente a esos supuestos adalides que actuaran (él incluido) como lo que se ufanan de ser: "líderes". Líderes que, por los privilegios de los cuales gozan en un país "quebrado por el dolor de la injusticia y la desigualdad", deben hacer algo para que México supere "la mediocridad que (le) hemos aportado todos".
El panista fue más allá: llamó a esa "minoría selecta" –de la que forma parte– a no quedarse "como la oruga docta que pontifica y se sube a su torre de marfil", un parnaso político, empresarial y mediático que, invariablemente, queda convertido en… "pedestal de imbéciles".
Vistosa retórica. Pero, en diez meses, ¿él qué ha hecho –palpablemente– para erigirse ya en líder exento de esa intrascendencia y estolidez que fustiga? Vamos a ver lo que opina la gente en sus casas, según las encuestas más recientes, las de MILENIO (María de las Heras) y El Universal (Ipsos-Bimsa):
Suelen promocionar los gobernantes sus calificaciones o grados de aceptación en las encuestas (lo cual repiten los medios electrónicos), pero nunca hablan los políticos (y menos los locutores) de la letra chiquita: sí, 64% de los mexicanos aprueba el trabajo que está haciendo el Presidente, pero… sólo 9% de esta aprobación es dura. Es decir, de gente que "lo aprueba mucho". La aprobación blanda (quienes lo aprueban algo) y la volátil (los que simplemente "se inclinan" a aprobarlo) es de… 55%. Por eso, como si se tratara de "calificaciones escolares" (del 1 al 10), el mandatario apenas obtiene un mediocre 6.6 en su boleta.
¿Por qué? La gente no percibe en su vida diaria una mejoría en los temas que realmente le afectan: Calderón está reprobado en la mejora del poder de compra, del nivel salarial, de la economía familiar, así como en la disminución de la pobreza, en el combate a la delincuencia (a pesar de la guerra que declaró al crimen organizado), y lo peor, ya que era el sustento de su campaña, en la generación de empleos. En ninguno de estos rubros rebasa 44% de satisfacción ciudadana y sí se lleva varios veintes por ciento. De ahí que sólo cuatro de cada diez mexicanos le crean cuando perora.
Por eso: bonito discurso… ¿y?
COMENTARIO
Este discurso de bonito no tiene nada. Es un discurso APANTALLAPENDEJOS ¿verdad Cirito Gomez Leyva y Jorgito Fernández Melendez?
PALABRAS SABIAS DE UN PROFESOR EMINENTE
Reforma, 14 de sptiembre de 2007
Los medios de la política
Por Rafael Segovia
Explicar el viaje a Oriente de Felipe Calderón Hinojosa después de haber leído su mensaje al país, no ha sido intentado ni por su partido ni por su gobierno ni por sus amigos. Son tres visitas sin sentido: Nueva Zelanda, Australia y la India no son prioridades de la política exterior de México. El periplo presidencial parecer ser el de un hombre agraciado por la lotería que decide llevar a su familia a conocer un mundo ignoto, visto sólo a través de las novelas inglesas, del cual apenas se sabe que está en Asia -y no se conoce cuáles son las capitales, que formaron parte del imperio inglés. Hoy día están en la APEC que el señor Bush comprende con la OPEP. No se puede saber qué empujó al Presidente a estrenar así su avión nuevo. Pero se puede suponer.
El calendario político, el posible éxito o fracaso de las propuestas pende de un hilo que, para desgracia del jefe del Estado, está en manos de los partidos y de los legisladores. Algunos puntos son sorprendentes: la reaparición de Manuel Espino, pongamos por caso, evidencia la incapacidad de Calderón en materia de política partidista y amenaza en las próximas reuniones al poder presidencial cuando se deba elegir un nuevo presidente del PAN. La insolencia de Vicente Fox se acentúa día tras día, mientras el PRI carece de una conducción segura y presencia una guerra de jefes menores, obsesionados por unos resultados que aparecerán dentro de cinco años. Temen ya estos hombres las consecuencias de la política actual. El porvenir de las reformas calderonianas es negro y no auguran una solución pronta de los problemas que agobian a esas clases menesterosas que tanto angustiaron a Felipe Calderón durante su campaña.
La reforma impositiva, ante la actitud desafiante de los empresarios y en general del dinero, se ha reducido a una conversación entre los dueños de éste, del dinero, y del secretario de Hacienda. Las intervenciones del Presidente son esporádicas y poco afortunadas. Se reducen a advertir la imposibilidad de emprender obras de infraestructura. El debate, además, se ha encerrado en dos puntos considerados esenciales. Y lo son. Una reforma de la ley electoral, después de las elecciones de julio de 2006, se antoja indispensable. Las declaraciones, plagadas de amenazas veladas y abiertas, tanto de los propietarios y empleados de Televisa y de TV Azteca como del sector empresarial, confirman lo anunciado por los hombres y mujeres del IFE. Si la ley electoral impone nuestro despido, quedaría confirmada la denuncia de la izquierda contra los resultados de 2006. Dejar al señor Ugalde en su puesto equivale a aceptar cualquier mangoneo no sólo suyo, sino de todos cuantos intervinieron en aquella victoria que mantiene al Presidente en un entredicho constante y al país ajeno a su propio destino. El reparto del Zócalo entre quienes reclaman su legalidad y quienes alegan su legitimidad, pese a las campañas de prensa y de televisión, es prueba de la vigencia del litigio.
La reforma de la ley de medios y de la ley electoral, si bien se distancian en algunos puntos, coinciden en lo esencial. Recuperar una parte de la soberanía nacional -la de su espacio- y la voluntad de la nación es necesario precisamente para lograr una base desde la que el desarrollo no dependa de intereses que no son nacionales sino particulares. El crecimiento de éstos puede verse en la enajenación de la educación en todos sus niveles. La cultura nacional depende hoy de la televisión en primer lugar. Ni colegios ni universidades pueden competir con ella, está por encima de los libros, de los periódicos y de las revistas. Está por encima de todo, en México y en todo el mundo. Un medio de tal poder, superior a cualquier empresa comercial o industrial, sólo en algunos países vive en una situación de monopolio. México es uno de ellos. Que den entrada, cuando bien le parece, a alguna voz disidente de la línea por él impuesta, es más un acto gracioso que una imposición legal.
La política está inmersa en la cultura nacional y ésta, en este país, depende de un monopolio inconmovible, dependiente a su vez de las llamadas leyes del mercado que, en el caso de la televisión, se somete sólo a un gusto que ella ha formado. La presencia de algunos canales destinados a un público restringido muestra la distancia que media entre aquellas televisiones -y aquellas culturas- y las nuestras. No sólo por la calidad de los programas exhibidos, sino por algo que casi suena ridículo mencionarlo: por la libertad, expresada por la variedad, de los temas políticos.
Encontrar en la BBC un debate sobre el Islam, donde la presencia de imanes y otros dignatarios procedentes de Paquistán, Iraq o Argelia, enemigos no sólo de sus gobiernos sino partidarios de Al-Qaeda, hablando abiertamente contra la posición del gobierno inglés, no sólo sorprende sino que nos obliga a admirar la libertad de los habitantes de esa isla y de sus gobernantes. Cómo se ha llegado a tal situación obliga a remontarse a su Gloriosa Revolución y al hachazo que el parlamento dio a su majestad.
No se trata hoy día de aceptar la violencia para imponer un régimen de auténtica libertad y de pluralidad. Cuando en un pasado ya remoto o, según la materia, reciente no se tuvo una preocupación por la vida política y sobre todo cultural del país, las consecuencias se hacen presentes ahora. La vida de la cultura está representada por la telenovela o programas aun peores. Con los ataques despiadados de los canales tan pronto como advirtieron que el proyecto se iba a discutir en las Cámaras, se tuvo una imagen bastante clara de los intereses que van a estar en juego en las semanas venideras. De ganar Televisa y el Azteca ya sabemos qué nos espera.
Los medios de la política
Por Rafael Segovia
Explicar el viaje a Oriente de Felipe Calderón Hinojosa después de haber leído su mensaje al país, no ha sido intentado ni por su partido ni por su gobierno ni por sus amigos. Son tres visitas sin sentido: Nueva Zelanda, Australia y la India no son prioridades de la política exterior de México. El periplo presidencial parecer ser el de un hombre agraciado por la lotería que decide llevar a su familia a conocer un mundo ignoto, visto sólo a través de las novelas inglesas, del cual apenas se sabe que está en Asia -y no se conoce cuáles son las capitales, que formaron parte del imperio inglés. Hoy día están en la APEC que el señor Bush comprende con la OPEP. No se puede saber qué empujó al Presidente a estrenar así su avión nuevo. Pero se puede suponer.
El calendario político, el posible éxito o fracaso de las propuestas pende de un hilo que, para desgracia del jefe del Estado, está en manos de los partidos y de los legisladores. Algunos puntos son sorprendentes: la reaparición de Manuel Espino, pongamos por caso, evidencia la incapacidad de Calderón en materia de política partidista y amenaza en las próximas reuniones al poder presidencial cuando se deba elegir un nuevo presidente del PAN. La insolencia de Vicente Fox se acentúa día tras día, mientras el PRI carece de una conducción segura y presencia una guerra de jefes menores, obsesionados por unos resultados que aparecerán dentro de cinco años. Temen ya estos hombres las consecuencias de la política actual. El porvenir de las reformas calderonianas es negro y no auguran una solución pronta de los problemas que agobian a esas clases menesterosas que tanto angustiaron a Felipe Calderón durante su campaña.
La reforma impositiva, ante la actitud desafiante de los empresarios y en general del dinero, se ha reducido a una conversación entre los dueños de éste, del dinero, y del secretario de Hacienda. Las intervenciones del Presidente son esporádicas y poco afortunadas. Se reducen a advertir la imposibilidad de emprender obras de infraestructura. El debate, además, se ha encerrado en dos puntos considerados esenciales. Y lo son. Una reforma de la ley electoral, después de las elecciones de julio de 2006, se antoja indispensable. Las declaraciones, plagadas de amenazas veladas y abiertas, tanto de los propietarios y empleados de Televisa y de TV Azteca como del sector empresarial, confirman lo anunciado por los hombres y mujeres del IFE. Si la ley electoral impone nuestro despido, quedaría confirmada la denuncia de la izquierda contra los resultados de 2006. Dejar al señor Ugalde en su puesto equivale a aceptar cualquier mangoneo no sólo suyo, sino de todos cuantos intervinieron en aquella victoria que mantiene al Presidente en un entredicho constante y al país ajeno a su propio destino. El reparto del Zócalo entre quienes reclaman su legalidad y quienes alegan su legitimidad, pese a las campañas de prensa y de televisión, es prueba de la vigencia del litigio.
La reforma de la ley de medios y de la ley electoral, si bien se distancian en algunos puntos, coinciden en lo esencial. Recuperar una parte de la soberanía nacional -la de su espacio- y la voluntad de la nación es necesario precisamente para lograr una base desde la que el desarrollo no dependa de intereses que no son nacionales sino particulares. El crecimiento de éstos puede verse en la enajenación de la educación en todos sus niveles. La cultura nacional depende hoy de la televisión en primer lugar. Ni colegios ni universidades pueden competir con ella, está por encima de los libros, de los periódicos y de las revistas. Está por encima de todo, en México y en todo el mundo. Un medio de tal poder, superior a cualquier empresa comercial o industrial, sólo en algunos países vive en una situación de monopolio. México es uno de ellos. Que den entrada, cuando bien le parece, a alguna voz disidente de la línea por él impuesta, es más un acto gracioso que una imposición legal.
La política está inmersa en la cultura nacional y ésta, en este país, depende de un monopolio inconmovible, dependiente a su vez de las llamadas leyes del mercado que, en el caso de la televisión, se somete sólo a un gusto que ella ha formado. La presencia de algunos canales destinados a un público restringido muestra la distancia que media entre aquellas televisiones -y aquellas culturas- y las nuestras. No sólo por la calidad de los programas exhibidos, sino por algo que casi suena ridículo mencionarlo: por la libertad, expresada por la variedad, de los temas políticos.
Encontrar en la BBC un debate sobre el Islam, donde la presencia de imanes y otros dignatarios procedentes de Paquistán, Iraq o Argelia, enemigos no sólo de sus gobiernos sino partidarios de Al-Qaeda, hablando abiertamente contra la posición del gobierno inglés, no sólo sorprende sino que nos obliga a admirar la libertad de los habitantes de esa isla y de sus gobernantes. Cómo se ha llegado a tal situación obliga a remontarse a su Gloriosa Revolución y al hachazo que el parlamento dio a su majestad.
No se trata hoy día de aceptar la violencia para imponer un régimen de auténtica libertad y de pluralidad. Cuando en un pasado ya remoto o, según la materia, reciente no se tuvo una preocupación por la vida política y sobre todo cultural del país, las consecuencias se hacen presentes ahora. La vida de la cultura está representada por la telenovela o programas aun peores. Con los ataques despiadados de los canales tan pronto como advirtieron que el proyecto se iba a discutir en las Cámaras, se tuvo una imagen bastante clara de los intereses que van a estar en juego en las semanas venideras. De ganar Televisa y el Azteca ya sabemos qué nos espera.
sábado, 8 de septiembre de 2007
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