lunes, 28 de abril de 2008
¡CON ESA BOQUITA BESA LA MANO DEL CAVERNAL!
El Universal, lunes 28 de abril de 2008
El carretonero
Lydia Cacho
Cuando creímos que México había visto todas las formas de cinismo y chabacanería reveladas a través de la política, llega el PAN para demostrarnos que siempre hay nuevas maneras de abusar del poder y de celebrar ese abuso. El gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, insultó con un muy cristiano “chinguen a su madre” a quienes le han criticado por su connivencia con el cardenal Sandoval Íñiguez y la derecha doblemoralina.
Todo parece indicar que el gobernador de Jalisco nunca se enteró de la división entre Iglesia y Estado, y ha decidido, donando sumas multimillonarias de recursos públicos, convertir a la curia jalisciense en su muy personal Secretaría de Desarrollo Social y a Televisa en su Secretaría de Turismo. Donó 90 millones para la construcción del Santuario de los Mártires Cristeros; y cuando se le pidió opinar sobre las 5 mil quejas interpuestas por jaliscienses ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos, respondió que cuando vayan unos 3 millones de quejas empiecen a preocuparse, pues hay 6 millones de católicos en Jalisco. Germán Martínez, el joven presidente de Acción Nacional, ha defendido al jalisciense, al asegurar que no es ilegal dar recursos públicos a la Iglesia. Ambos dejan claro para quién gobierna su partido.
Nadie debería de sorprenderse de la doble moral e hipocresía de este gobernador que además protege a un procurador pederasta. Emilio González ha sido vinculado al sinarquismo, un movimiento que ha definido a la democracia como sinónimo de demagogia y libertinaje. Son anticomunistas y sus orígenes son profascistas. La Base, corazón del sinarquismo, fue presidida en los años 40 por Antonio Santacruz, un miembro eminente de la élite empresarial mexicana que mantenía lazos con el episcopado, los católicos americanos y el grupo Monterrey. El sinarquismo es heredero de los cristeros, para quienes ahora el góber piadoso construye un santuario con recursos públicos.
Pese a los problemas de salud, pobreza, transporte público y violencia que vive el estado de Jalisco, el gobernador ha elegido invertir dinero público en Televisa para la filmación de la telenovela Las tontas no van al cielo en Jalisco. Antes había pagado 67 millones de pesos para el evento juvenil de la televisora.
El gobernador parece decir: mientras Televisa y Dios estén conmigo, la sociedad que votó por mí, me vale madre.
Lo cierto es que el PAN está más cerca del PRI de lo que quisiera. Uno tiene a su góber precioso, el otro a su góber piadoso. Alguien debería decirle al mandatario de Jalisco que los fascistas no van al cielo.
Hace unos días refiriéndose a las candidaturas ciudadanas del PAN, Felipe Calderón recomendó a su partido que no fuera a dar candidaturas a personeros del narcotráfico. Curiosamente no voltea su mirada a los gobernadores que lo han rebasado desde la extrema derecha, y han llegado al poder con todos los trucos y discursos populistas. Bien dicen que la política es como un violín: se toma con la izquierda, pero se ejecuta con la derecha. Y Televisa está presente (por una módica suma) para transmitir el concierto de autoridades.
www.lydiacacho.net
jueves, 24 de abril de 2008
UNA VOZ SENSATA ENTRE TANTO MEROLICO
Excélsior, 24 de abril de 2008
Poder y no poder en el México actual
Humberto Musacchio
La negociación sin condiciones ni calificativos está a la orden del día, resulta incluso indispensable, pero es dudoso que en nuestra paupérrima clase política exista la grandeza que necesitan los grandes momentos históricos.
En medio de la abundante bisutería que arroja día con día la política mexicana, conviene levantar la mira para entender lo que está debajo de los conflictos de ocasión, de los debates, los silencios, la dispersión ideológica y los actos de fuerza. Más allá de los empeños del PRIAN por vender lo que resta de país, al margen de los conflictos que atraviesan a varios partidos y sin olvidar las manifestaciones de fuerza del PRD, es obvio que el poder no puede o, tal vez, que más propio sería hablar de la impotencia generada y generalizada por la confrontación de los poderes tanto institucionales como fácticos, legales e ilegales.
En buena medida, la urgencia de las fuerzas gobiernistas por rematar el patrimonio nacional obedece a una profunda desconfianza en las fuerzas propias de los mexicanos y en la falta de certezas sobre el mañana. Igualmente, como se saben viviendo al día, los perredistas optan por la ocupación de la tribuna en ambas cámaras.
Detentador de un poder legal que no consigue ganar la ansiada legitimidad social, Felipe Calderón da palos de ciego, el más peligroso de los cuales es haber sacado el Ejército a las calles por la desconfianza que le merecen las abundantes y corruptas policías que padecemos los mexicanos. Sin embargo, el resultado de una medida tan poco prudente ha sido que se le pierda el respeto a la institución castrense, pues si en los años ochenta y noventa eran casuales las bajas militares, hoy las mafias se enfrentan todos los días a los de uniforme verde y matan a oficiales y tropa.
Alguien debió advertirle al ocupante de Los Pinos que las Fuerzas Armadas representan la última línea de defensa del Estado, y que es muy peligroso para el Estado mandarlas a cumplir tareas policiacas y a enfrentar a un poder frecuentemente mejor armado, más numeroso y con medios económicos superiores. Cuando eso ocurre, a los militares se les cierra de hecho el camino de regreso a los cuarteles, a los que no pueden volver derrotados, pues de esa manera se evidencia que la nación ya no está protegida por ellos. Pero tampoco pueden seguir indefinidamente en las calles, sufriendo bajas cada vez mayores y mostrando su impotencia ante los delincuentes. Dicho más claramente, estamos frente al poder que no puede.
Frente a las fuerzas de la derecha, representadas por el PAN, el PRI y sus satélites, se levanta el PRD, partido que hoy se halla en su más profunda crisis, pues en él han coexistido dos grandes corrientes que hoy están a punto de la ruptura. El gobierno y en general la derecha apuestan a la escisión porque en ella ven la posibilidad de aislar a Andrés Manuel López Obrador y de ganar el apoyo de los llamados Chuchos, no porque necesiten sus votos —PRI y PAN juntos tienen mayoría—, sino por la urgencia de ganar legitimidad para la venta del petróleo y otros negocios.
Por supuesto, ya hay numerosas grietas que anuncian la ruptura total del PRD, pero calculan mal los enemigos de este partido porque de hecho así han vivido los aurinegros desde su origen y, más que nada, porque la irritación y el miedo del PRIAN no es al PRD y a sus legisladores, pues todos ellos hablan a fin de cuentas el mismo lenguaje. El gran temor es al movimiento que está en la calle y que hoy circunstancialmente dirige López Obrador.
Decir que el liderazgo de López Obrador es obra de las circunstancias no es en demérito del ex candidato presidencial. Antes que él fue Cuauhtémoc Cárdenas quien estuvo al frente de esas mismas multitudes y si por la cabecita loca de los extremistas pasa la idea de deshacerse de AMLO, no faltará quien ocupe su lugar, pues se trata de un movimiento que tiene dinámica propia y es muy capaz de generar su propia dirigencia.
Por hoy, López Obrador tiene un amplio consenso en la izquierda social, ese conglomerado informe y multicolor, en su mayoría plebeyo y sin más cultura política que la adquirida en la cotidiana gesta por ganarse la vida, masa diversa y contradictoria. Millones de mexicanos siguen a AMLO con total confianza, pero muchos más, o por lo menos otros tantos, lo consideran el causante de todos los males de la República y se oponen a él en forma militante.
Lo comprobable es que vivimos el desorden que sigue a todo fin de régimen, cuando se imponen las fuerzas centrífugas. Con un gobierno notoriamente incapaz, una oposición decidida pero que suscita una notoria animadversión; con las instituciones desacreditadas y la sociedad carcomida por los odios, a las puertas de una crisis económica mundial y en un ámbito internacional poco tranquilizante, parece llegada la hora de abandonar todo intento de imponerse al adversario. La negociación sin condiciones ni calificativos está a la orden del día, resulta incluso indispensable, pero es dudoso que en nuestra paupérrima clase política exista la grandeza que necesitan los grandes momentos históricos.
Pero si no hay acuerdo, lo que nos espera es el terror bonapartista, o algo peor: la barranca, el despeñadero.
Poder y no poder en el México actual
Humberto Musacchio
La negociación sin condiciones ni calificativos está a la orden del día, resulta incluso indispensable, pero es dudoso que en nuestra paupérrima clase política exista la grandeza que necesitan los grandes momentos históricos.
En medio de la abundante bisutería que arroja día con día la política mexicana, conviene levantar la mira para entender lo que está debajo de los conflictos de ocasión, de los debates, los silencios, la dispersión ideológica y los actos de fuerza. Más allá de los empeños del PRIAN por vender lo que resta de país, al margen de los conflictos que atraviesan a varios partidos y sin olvidar las manifestaciones de fuerza del PRD, es obvio que el poder no puede o, tal vez, que más propio sería hablar de la impotencia generada y generalizada por la confrontación de los poderes tanto institucionales como fácticos, legales e ilegales.
En buena medida, la urgencia de las fuerzas gobiernistas por rematar el patrimonio nacional obedece a una profunda desconfianza en las fuerzas propias de los mexicanos y en la falta de certezas sobre el mañana. Igualmente, como se saben viviendo al día, los perredistas optan por la ocupación de la tribuna en ambas cámaras.
Detentador de un poder legal que no consigue ganar la ansiada legitimidad social, Felipe Calderón da palos de ciego, el más peligroso de los cuales es haber sacado el Ejército a las calles por la desconfianza que le merecen las abundantes y corruptas policías que padecemos los mexicanos. Sin embargo, el resultado de una medida tan poco prudente ha sido que se le pierda el respeto a la institución castrense, pues si en los años ochenta y noventa eran casuales las bajas militares, hoy las mafias se enfrentan todos los días a los de uniforme verde y matan a oficiales y tropa.
Alguien debió advertirle al ocupante de Los Pinos que las Fuerzas Armadas representan la última línea de defensa del Estado, y que es muy peligroso para el Estado mandarlas a cumplir tareas policiacas y a enfrentar a un poder frecuentemente mejor armado, más numeroso y con medios económicos superiores. Cuando eso ocurre, a los militares se les cierra de hecho el camino de regreso a los cuarteles, a los que no pueden volver derrotados, pues de esa manera se evidencia que la nación ya no está protegida por ellos. Pero tampoco pueden seguir indefinidamente en las calles, sufriendo bajas cada vez mayores y mostrando su impotencia ante los delincuentes. Dicho más claramente, estamos frente al poder que no puede.
Frente a las fuerzas de la derecha, representadas por el PAN, el PRI y sus satélites, se levanta el PRD, partido que hoy se halla en su más profunda crisis, pues en él han coexistido dos grandes corrientes que hoy están a punto de la ruptura. El gobierno y en general la derecha apuestan a la escisión porque en ella ven la posibilidad de aislar a Andrés Manuel López Obrador y de ganar el apoyo de los llamados Chuchos, no porque necesiten sus votos —PRI y PAN juntos tienen mayoría—, sino por la urgencia de ganar legitimidad para la venta del petróleo y otros negocios.
Por supuesto, ya hay numerosas grietas que anuncian la ruptura total del PRD, pero calculan mal los enemigos de este partido porque de hecho así han vivido los aurinegros desde su origen y, más que nada, porque la irritación y el miedo del PRIAN no es al PRD y a sus legisladores, pues todos ellos hablan a fin de cuentas el mismo lenguaje. El gran temor es al movimiento que está en la calle y que hoy circunstancialmente dirige López Obrador.
Decir que el liderazgo de López Obrador es obra de las circunstancias no es en demérito del ex candidato presidencial. Antes que él fue Cuauhtémoc Cárdenas quien estuvo al frente de esas mismas multitudes y si por la cabecita loca de los extremistas pasa la idea de deshacerse de AMLO, no faltará quien ocupe su lugar, pues se trata de un movimiento que tiene dinámica propia y es muy capaz de generar su propia dirigencia.
Por hoy, López Obrador tiene un amplio consenso en la izquierda social, ese conglomerado informe y multicolor, en su mayoría plebeyo y sin más cultura política que la adquirida en la cotidiana gesta por ganarse la vida, masa diversa y contradictoria. Millones de mexicanos siguen a AMLO con total confianza, pero muchos más, o por lo menos otros tantos, lo consideran el causante de todos los males de la República y se oponen a él en forma militante.
Lo comprobable es que vivimos el desorden que sigue a todo fin de régimen, cuando se imponen las fuerzas centrífugas. Con un gobierno notoriamente incapaz, una oposición decidida pero que suscita una notoria animadversión; con las instituciones desacreditadas y la sociedad carcomida por los odios, a las puertas de una crisis económica mundial y en un ámbito internacional poco tranquilizante, parece llegada la hora de abandonar todo intento de imponerse al adversario. La negociación sin condiciones ni calificativos está a la orden del día, resulta incluso indispensable, pero es dudoso que en nuestra paupérrima clase política exista la grandeza que necesitan los grandes momentos históricos.
Pero si no hay acuerdo, lo que nos espera es el terror bonapartista, o algo peor: la barranca, el despeñadero.
martes, 22 de abril de 2008
LAS VUELTAS QUE DA LA VIDA
El Universal. Jueves 17 de abril de 2008.
Pemex desnacionalizado
Manuel Bartlett Díaz
No hubo sorpresa, Calderón presentó ini-ciativa para facultar al sector energético para abrir a la inversión extranjera toda nuestra industria petrolera, en contra de la Constitución.
El objetivo es manifiesto: extranjerizar ductos, transporte, almacenamiento, exploración, explotación, refinación. En esto consiste “flexibilización”, “ampliación de las capacidades de operación”, “disposiciones especiales que le permitan fortalecer su autonomía de gestión y técnica”.
La “autonomía de gestión” es un fraude para justificar contratos con empresas privadas que “amplían la capacidad de operación” con transnacionales bajo “contratos de servicios” inconstitucionales rebautizados como “contratos ampliados”. Para esto es la “autonomía”. Imponen el control del Presidente con un consejo de administración de cuatro “profesionales” con facultades exorbitantes, designados por el Ejecutivo, eliminando al Congreso y a la Auditoría Superior de la Federación.
La demanda de “autonomía” ha sido impedir que Hacienda utilice a Pemex como instrumento fiscal anulando su misión de garantizar la energía para el desarrollo nacional. La iniciativa burla el propósito y afianza el sometimiento a Hacienda, proponiendo un proceso que permitiría a Pemex utilizar gradualmente sumas determinadas de sus excedentes, ridículas, siempre y cuando cumpla con un plan estratégico que califica Hacienda.
Pretenden vender “bonos ciudadanos” indefinidos, disfrazando venta de acciones; los financieros extranjeros están al acecho.
La obcecación de explotar aguas profundas del Golfo de México con empresas extranjeras, mediante contratos de riesgo disfrazados, sólo se explica por la subordinación a transnacionales y sus países de origen, desesperados por apoderarse de todo el Golfo. Teniendo reservas en tierra y aguas someras, no urge el Golfo. No se llevarán el petróleo con popotes, Calderón lo quiere compartir.
Ridículo cómo cambian argumentos ante el desmoronamiento de los iniciales para sostener el compromiso privatizador. Ya no es la falta de recursos, ni alianzas para tener tecnología; ahora dicen que falta capacidad de operación, que no podemos avanzar solos, no hay tecnología; se requiere el conocimiento que sólo tienen extranjeros.
Vergüenza. Hemos tenido los mejores equipos de operación, ingenieros del más alto nivel jubilados anticipadamente, un Instituto del Petróleo de excelencia. Todo podemos reponer. Los pretextos invariables: la situación de Pemex, la importación de gasolinas y gas, petroquímica, su descapitalización criminal. Solucionarlo no requiere reformas, sino que el Presidente asuma su responsabilidad.
El proceso de desnacionalización es una historia de infamias, mentiras. Como el pueblo lo rechaza hay que engañarlo, para eso están las televisoras. No hay privatización, dicen, abriendo todo a la inversión privada apoyando la iniciativa con un demagógico discurso presidencial que la presenta como solución a la pobreza, que dará a todos los niños escuela, alimentación, cuando el saldo sería catastrófico.
El petróleo escasea, EU depende del crudo importado, Europa no tiene. La consigna es despojar a las empresas nacionales de sus reservas.
El Congreso de Estados Unidos vetó el intento de una empresa china de comprar una petrolera estadounidense decretando que el petróleo es de seguridad nacional. Aprendamos también: es de seguridad nacional para nosotros la explotación de nuestro petróleo. Debe estar bajo el exclusivo control de México.
Si explotamos, refinamos, transportamos vía transnacionales caemos en una dependencia aterradora. Si dependemos de su ingeniería, de su capacidad de operar, como no lo hemos hecho desde 1938, quedamos en sus manos, perdemos inteligencia y capacidad. Si permitimos contratos de riesgo disfrazados se apoderarán de nuestro patrimonio.
El desastre económico sería mayúsculo: expropiación de las ganancias de nuestra industria fundamental. Vulneraríamos la soberanía. La iniciativa no es del Ejecutivo, es parte del proceso diseñado en el exterior: el TLC, la fragmentación de Pemex, el contratismo internacional ilegal. Recordemos, desnacionalizar es colonizar.
Pemex desnacionalizado
Manuel Bartlett Díaz
No hubo sorpresa, Calderón presentó ini-ciativa para facultar al sector energético para abrir a la inversión extranjera toda nuestra industria petrolera, en contra de la Constitución.
El objetivo es manifiesto: extranjerizar ductos, transporte, almacenamiento, exploración, explotación, refinación. En esto consiste “flexibilización”, “ampliación de las capacidades de operación”, “disposiciones especiales que le permitan fortalecer su autonomía de gestión y técnica”.
La “autonomía de gestión” es un fraude para justificar contratos con empresas privadas que “amplían la capacidad de operación” con transnacionales bajo “contratos de servicios” inconstitucionales rebautizados como “contratos ampliados”. Para esto es la “autonomía”. Imponen el control del Presidente con un consejo de administración de cuatro “profesionales” con facultades exorbitantes, designados por el Ejecutivo, eliminando al Congreso y a la Auditoría Superior de la Federación.
La demanda de “autonomía” ha sido impedir que Hacienda utilice a Pemex como instrumento fiscal anulando su misión de garantizar la energía para el desarrollo nacional. La iniciativa burla el propósito y afianza el sometimiento a Hacienda, proponiendo un proceso que permitiría a Pemex utilizar gradualmente sumas determinadas de sus excedentes, ridículas, siempre y cuando cumpla con un plan estratégico que califica Hacienda.
Pretenden vender “bonos ciudadanos” indefinidos, disfrazando venta de acciones; los financieros extranjeros están al acecho.
La obcecación de explotar aguas profundas del Golfo de México con empresas extranjeras, mediante contratos de riesgo disfrazados, sólo se explica por la subordinación a transnacionales y sus países de origen, desesperados por apoderarse de todo el Golfo. Teniendo reservas en tierra y aguas someras, no urge el Golfo. No se llevarán el petróleo con popotes, Calderón lo quiere compartir.
Ridículo cómo cambian argumentos ante el desmoronamiento de los iniciales para sostener el compromiso privatizador. Ya no es la falta de recursos, ni alianzas para tener tecnología; ahora dicen que falta capacidad de operación, que no podemos avanzar solos, no hay tecnología; se requiere el conocimiento que sólo tienen extranjeros.
Vergüenza. Hemos tenido los mejores equipos de operación, ingenieros del más alto nivel jubilados anticipadamente, un Instituto del Petróleo de excelencia. Todo podemos reponer. Los pretextos invariables: la situación de Pemex, la importación de gasolinas y gas, petroquímica, su descapitalización criminal. Solucionarlo no requiere reformas, sino que el Presidente asuma su responsabilidad.
El proceso de desnacionalización es una historia de infamias, mentiras. Como el pueblo lo rechaza hay que engañarlo, para eso están las televisoras. No hay privatización, dicen, abriendo todo a la inversión privada apoyando la iniciativa con un demagógico discurso presidencial que la presenta como solución a la pobreza, que dará a todos los niños escuela, alimentación, cuando el saldo sería catastrófico.
El petróleo escasea, EU depende del crudo importado, Europa no tiene. La consigna es despojar a las empresas nacionales de sus reservas.
El Congreso de Estados Unidos vetó el intento de una empresa china de comprar una petrolera estadounidense decretando que el petróleo es de seguridad nacional. Aprendamos también: es de seguridad nacional para nosotros la explotación de nuestro petróleo. Debe estar bajo el exclusivo control de México.
Si explotamos, refinamos, transportamos vía transnacionales caemos en una dependencia aterradora. Si dependemos de su ingeniería, de su capacidad de operar, como no lo hemos hecho desde 1938, quedamos en sus manos, perdemos inteligencia y capacidad. Si permitimos contratos de riesgo disfrazados se apoderarán de nuestro patrimonio.
El desastre económico sería mayúsculo: expropiación de las ganancias de nuestra industria fundamental. Vulneraríamos la soberanía. La iniciativa no es del Ejecutivo, es parte del proceso diseñado en el exterior: el TLC, la fragmentación de Pemex, el contratismo internacional ilegal. Recordemos, desnacionalizar es colonizar.
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