jueves, 3 de enero de 2008

¡QUE BAJADA DE CALZONES!

Excélsior, jueves 03 de enero de 2008

TLC: los saldos del entreguismo
Humberto Musacchio


El mundo, es cierto, tiene buen rato de avanzar hacia la globalización y resistirse a ella es como oponerse a la ley de la gravedad. Se trata de un proceso objetivo generado por las condiciones mismas de la economía internacional, en el que a las grandes empresas, lo mismo que a las potencias, les va quedando chico el mundo.

Una condición de existencia del capital es su expansión. Toda empresa o inversionista que se conforma con mantener sus dimensiones acaba por evaporarse, arrollado sin contemplaciones por la competencia. Esa necesidad de ampliar el ámbito de acción del capital ha generado el fenómeno de los mercados comunes y los tratados de libre comercio.

En el caso de Europa, donde se desarrolla el más avanzado y exitoso de estos procesos, se ha ido más allá de la eliminación de fronteras y aranceles, para pasar a la adopción de la moneda única y dar pasos hacia la unidad política, lo que hace unos cuantos años hubiera resultado impensable.

La unidad política de Europa ha logrado la apertura de fronteras para el libre flujo de mercancías, capitales y personas. Existe desde hace años un parlamento común y no hace tanto se adoptó una constitución que por diferentes causas ha suscitado el rechazo de una minoría de los países miembros de la UE, pese a lo cual avanza, en las leyes y en las mentalidades, la idea de una efectiva unión política.

Por supuesto, los pasos dados hasta hoy no han sido en todos los casos igual de consistentes, pero es un hecho que la mayoría de los gobiernos han mostrado suficiente voluntad política como para superar las barreras levantadas por el chovinismo, los rencores históricos y los sectores sociales afectados.

Muy otro es el problema con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Aquí no son grupos minoritarios los afectados negativamente por el TLC, sino amplísimas franjas de población que han visto desaparecer sus formas tradicionales de subsistencia, sin recibir a cambio los presuntos beneficios de la modernidad. Una prueba contundente de los gravísimos daños causados por el Tratado está en los paisanos que se han ido a establecer en Estados Unidos, donde, además de los que van y vienen cada año, viven ya once millones de nacidos en México, la mitad de los cuales se ha ido en el curso de los últimos 13 años, los de vigencia del TLC, que lejos de traerles la prosperidad prometida por Carlos Salinas de Gortari, han sido de desempleo y más pobreza.

Los defensores del tratadismo arguyen que hoy los mexicanos podemos comprar vinos extranjeros más baratos o tenemos mayor surtido de bienes de consumo duradero, pero tales beneficios resultan mezquinos si se considera que recaen fundamentalmente en los sectores con más poder de compra, los cuales, por definición, son minoritarios.

Donde la aplicación del Tratado tiene tintes trágicos es en el agro, en el que apenas 6% de los campesinos son considerados “competitivos” por las autoridades mexicanas. En efecto, ese ínfimo porcentaje engloba a los productores de mercancías de alta demanda en el mercado de Estados Unidos, exportadores opulentos desde antes de firmarse el TLC. Lo terrible es que la abrumadora mayoría dedicada al monocultivo, la misma que ha visto agudizarse el deterioro de su nivel de vida en estos años, sabe que no tiene futuro al suprimirse todo gravamen al maíz y el frijol estadunidenses.

Con una patética mezcla de impotencia y cinismo, el secretario de Agricultura ha dicho que no nos preparamos para esta apertura. En efecto, los últimos gobiernos priistas y luego los panistas, de Salinas a Calderón, se han encogido de hombros ante el problema. Aquello de que no nos preparamos equivale a decir que no tomamos medidas ante nuestro suicidio.

Después del fraude electoral de 1988, Carlos Salinas de Gortari, en su afán de legitimarse, buscó la bendición de Washington por todos los medios a su alcance, entre otros, la firma del TLC. Los negociadores por la parte mexicana eran algunos tecnócratas improvisados que en la mesa exhibían una y otra vez su entreguismo apátrida, al extremo de que, con una sonrisa entre satisfecha y burlona, integrantes de la contraparte relataban que esa era una de las negociaciones más fáciles que habían afrontado.

Hoy conocemos el costo de aquella capitulación. Los enviados de Salinas anunciaron muy ufanos que habían sacado el petróleo de la negociación, aunque en todos estos años lo han malbaratado para cubrir su impotencia en el cobro de impuestos. Asimismo, dijeron que habían convenido el libre paso de mercancías y capitales, como si se tratara de dos economías en igualdad de circunstancias. Pero lo peor fue que, intencionalmente, para halagar al vecino, aceptaron dejar fuera el libre paso de personas, y ahora el problema nos estalla en la cara con el endurecimiento del racismo gringo que se expresa en la aprobación de leyes contra los migrantes y en la campaña electoral, donde los candidatos a la Casa Blanca compiten en su antimexicanismo. ¡Gracias, licenciado Salinas!

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