Reforma, 11 de junio de 2007
Como en otro lado
Rafael Ruiz Harrell
No sé bien a dónde sea, pero aquí no me parece. Tal vez sea en otro lado, en alguna otra ciudad, pero aquí no pasa nada. Aquí sólo se escuchan como vagos rumores que no siempre es fácil precisar. ¿De seguro fue aquí, en Guerrero? Porque también andan con el cuento que fue en Nuevo León y después el relato se enreda con lo de los encajuelados, y luego con que también había torturados y en la tarde encontraron unos encobijados y luego aparecieron otros en medio de la basura, allá por Taxco. Total, que no siquiera las cuentas se tiene seguras: unos dicen que eran 21, otros que era 23, pero todos están de acuerdo en que ni ha habido en mucho tiempo una semana más violenta. Y lo curioso, lo verdaderamente curioso, es que les importa un reverendo cacahuate que sean 21, o 26 o 31. Porque -y esto es lo curioso-, es como si no fueran de aquí, es como si esos muertos fueran de otro lado y aquí nadie los mató, nada más aparecieron porque sí, pero no tienen nada que ver con nosotros, son de otra guerra.
Déjeme aclarar. Si en un Estado hay orden, la gente no se muere así nada más. Si se muere es porque alguien la mató y es deber del gobierno saber quién fue, y detenerlo y llevarlo a prisión y ver que no pasen esas cosas. Aquí en cambio ya está todo chueco. Hay muertos que importan y muertos que no importan, o que si acaso les importan a sus familiares. Mire: ponga usted que en la noche, en cualquier parte de la República, le dejan ir una ráfaga a una camioneta y hay cuatro muertos. Y luego llegan los militares, y los policías, y se arma el borlote, y descubren que uno era subteniente, o director de algo de las drogas y ya está todo listo: hay un muerto. Los demás no cuentan. Y si en lugar de ser policías, o militares, o judiciales eran algunos gatilleros que andaban en la bola, pues ya ni para nombre le alcanza. Eran de los muertos en que nadie se fija. Se los cuenta por montón. Aparecieron cuatro en las laderas de las Ajusco. Hubo otros ocho allá por el por muladar.Pero lo impresionante es que esos muertos no son de nadie. No le tocan a nadie. Nadie se hace responsable de lo que les pasó. Nadie tiene que averiguar. A las autoridades como que les da igual que se maten, totales, no son de sus hombres, son de las bandas de barcos enemigos y si andan descabezándolos para dejar rodando las cabezas decapitadas por los restaurantitos de Michoacán o Sinaloa ¿Quién se va a preocupar poco ni mucho?
CONSECUENCIAS
Sólo que ¿cómo está eso de que en un país, de pronto, así nomás, hay 21 o 23 muertos en un día y el gobierno lo dice con la misma calma con que diría que está lloviendo y no hay nadie responsable? ¿Cómo que se matan se mutilan, se torturan, de balean veinte personas sin que a nadie le importe nada? Digo: ¿qué importa quiénes sean, qué hagan, si sea lícito o no lo que están haciendo, es lecho es que nadie puede matarlas por que, sí, sean barcos o policías o transportistas, o consumidores o lo que sean? Sean lo que sean, el gobierno no puede dejar que los maten así. Aunque sean gángster y asesinos el deber del gobierno es evitar que les quiten la vida. Sólo el gobierno puede usar la fuerza y el poder si queremos un estado de derecho y ordenado. Dejar que maten a cualquiera es abrirle la puerta al caos.
¿A qué estamos llegando? ¿A la mentalidad militar en donde el "enemigo", el narco, está sujeto a todas las crueldades de la guerra precisamente porque es el enemigo y debe ser destruido sin compasión? ¿Esta es la "mano dura" que está defendiendo Felipe Calderón porque ahora teme que le coman en mandado?
El hecho es doloroso de simple: por ahí no va. Ese no es el camino. Dividir la guerra en buenos y malos y creer que puede ganársela condenando a los segundos a todas las atrocidades imaginarias es apagar parte importante de la luz humana y contentarse con la crueldad y la barbarie como medio de control. Es absurdo y tonto creer que un país moderno puede gobernarse a golpes o con bayonetas. Es claro que tiene que haber límites y leyes y fronteras, pero si es lo único que hay, no lograremos que nada avance. Guardemos a los muertos, a todos los muertos, y tratemos de entendernos. No podemos seguir levantando cosechas fúnebres los días todos días. El camino de México no está en la represión: aunque le cueste, Felipe Calderón tienen que cambiar de rumbo. Así no sirve
domingo, 17 de junio de 2007
jueves, 7 de junio de 2007
DERECHA MEXICANA=DESASTRE NACIONAL
Excélsior, Jueves, 07 de junio de 2007
El PAN, entre ineptos y yunquetos
Humberto Musacchio
Triunfar sobre un adversario notoriamente más débil carece de mérito. Pero que la victoria sea sólo parcial y llegue con retraso, permite dudar de las capacidades del presunto ganador. Por eso mismo, sorprende el tono con que los medios difundieron lo ocurrido en la Asamblea Nacional panista. Para Excélsior, los calderonistas aplastaron a Manuel Espino; según Reforma lo habrían apaleado y, para La Jornada, insospechable de simpatías por la derecha, Calderón arrebató al líder del PAN el control de ese partido. Los verbos aplastar, apalear y arrebatar tienen una carga violenta, sugieren que la Asamblea leonesa fue una operación casi guerrera en la que se propinó al hipotético enemigo una derrota contundente. Eso dicen o por lo menos sugieren.
Lo cierto es que Manuel Espino sigue siendo el presidente del PAN y no carece de fuerza. Su padrino Vicente Fox fue recibido con una fuerte ovación y, para hacerlo todo más extraño, Felipe Calderón llamó a su antecesor "presidente de todos los mexicanos", cuando para cualquier efecto formal suponíamos que el Presidente era el propio Calderón. Por si algo faltara, de los delegados presentes en la Asamblea, por lo menos 40% son seguidores del señor de punzante apellido, quien, lejos de haber sido marginado, ya anunció que continuará como presidente de su partido hasta el año próximo.
Es cierto que Espino se llevó más de una rechifla y que contra él se alzaron coros que le lanzaron calificativos como "traidor", "hipócrita", "mentiroso" o "yunqueto", pero a nadie escapa que se trataba de grupos organizados, cuyos líderes están en la pelea por la dirección albiazul, de modo que no eran manifestaciones espontáneas, sino formas de rechazo cuidadosamente preparadas, incluido el reparto de cinco mil camisetas que decían "Yunque no".
Rodolfo Elizondo, miembro del gabinete de Calderón, declaró que la rechifla obligaba a Espino a dejar la presidencia de su partido. Pero Espino, que ultraderechista y todo lo que se quiera ha mostrado más madera de político que sus contrincantes, ya declaró que no le dará gusto a sus detractores y se dispone a continuar en el cargo. Y la razón es muy sencilla: el mejor sitio para defender el poder es el poder mismo, así sea en el reducido ámbito de un partido.
Eso mismo es lo que ignoran los petimetres que supuestamente asesoran a Felipe Calderón, quien sí debería saberlo. No es pequeña la fuerza de quien dirige el partido en el poder, pero resulta incontrastable frente al jefe de Estado si es que sabe emplear los medios económicos, políticos, jurídicos y policiaco-militares puestos en sus manos.
Los panegiristas de Calderón festejan que éste haya salido como "ganador" del aquelarre leonés y aun destacan que, en su discurso, Felipe haya pedido a los militantes de su partido su apoyo, que les recordara que es su obligación sostener a su gobierno o que Espino manifestara que Calderón es el "líder indiscutible del panismo".
Como fórmula de cortesía puede entenderse el gesto de falsa humildad de los presidentes que piden apoyo a su partido. Pero ese apoyo se da por sentado, es inherente a los variados nexos que existen entre quien ocupa un cargo público y el partido al que pertenece y lo tuvo como candidato. El hecho mismo de que Calderón demande ese respaldo indica que no sabe si lo tiene. Así de terrible es la falta de entendimiento en que vive.
Para quienes son duchos en el ejercicio del poder, hace rato que Calderón debió meter al orden al indisciplinado dirigente de su partido, pues el ocupante de la Presidencia de la República dispone de un enorme arsenal de recursos legales y paralegales, por no mencionar los ilegales que también tiene en sus manos. Con los antecedentes de Espino, alguien como don Fernando Gutiérrez Barrios tendría en su escritorio un grueso expediente del insubordinado, lo hubiera llamado en forma perentoria o lo hubiera hecho llevar por un par de agentes de inteligencia y, ya en su oficina, le hubiera dado a escoger entre la embajada en Burundi o la cárcel.
En el "gobierno" actual nadie sabe cómo hacer renunciar a Espino de la presidencia del PAN ni como hacerlo abandonar sus cargos en la democracia cristiana, pues, pese a las evidencias de abusos cometidos por Espino a su paso por diversos cargos, el señor Germán Martínez y otros miembros del equipo calderonista han sido incapaces de preparar un buen expediente inculpatorio en el medio año transcurrido desde el primero diciembre, aunque no han dejado de cobrar.
Alguien decía que Espino no recibiría el sopapo que se espera desde hace meses. Que ese no era el estilo de Calderón, quien prefiere, cuentan, ir despacio y desplegar operaciones envolventes. Hechos como haber sacado abruptamente al Ejército de sus cuarteles, para enfrentarlo al narcotráfico, desmienten que ese sea el talante filipino, pero lo cierto es que paciencia sí tiene, pues de otro modo no se entiende cómo permite que un mequetrefe haga ver más pequeño a quien debe ser su superior.
El PAN, entre ineptos y yunquetos
Humberto Musacchio
Triunfar sobre un adversario notoriamente más débil carece de mérito. Pero que la victoria sea sólo parcial y llegue con retraso, permite dudar de las capacidades del presunto ganador. Por eso mismo, sorprende el tono con que los medios difundieron lo ocurrido en la Asamblea Nacional panista. Para Excélsior, los calderonistas aplastaron a Manuel Espino; según Reforma lo habrían apaleado y, para La Jornada, insospechable de simpatías por la derecha, Calderón arrebató al líder del PAN el control de ese partido. Los verbos aplastar, apalear y arrebatar tienen una carga violenta, sugieren que la Asamblea leonesa fue una operación casi guerrera en la que se propinó al hipotético enemigo una derrota contundente. Eso dicen o por lo menos sugieren.
Lo cierto es que Manuel Espino sigue siendo el presidente del PAN y no carece de fuerza. Su padrino Vicente Fox fue recibido con una fuerte ovación y, para hacerlo todo más extraño, Felipe Calderón llamó a su antecesor "presidente de todos los mexicanos", cuando para cualquier efecto formal suponíamos que el Presidente era el propio Calderón. Por si algo faltara, de los delegados presentes en la Asamblea, por lo menos 40% son seguidores del señor de punzante apellido, quien, lejos de haber sido marginado, ya anunció que continuará como presidente de su partido hasta el año próximo.
Es cierto que Espino se llevó más de una rechifla y que contra él se alzaron coros que le lanzaron calificativos como "traidor", "hipócrita", "mentiroso" o "yunqueto", pero a nadie escapa que se trataba de grupos organizados, cuyos líderes están en la pelea por la dirección albiazul, de modo que no eran manifestaciones espontáneas, sino formas de rechazo cuidadosamente preparadas, incluido el reparto de cinco mil camisetas que decían "Yunque no".
Rodolfo Elizondo, miembro del gabinete de Calderón, declaró que la rechifla obligaba a Espino a dejar la presidencia de su partido. Pero Espino, que ultraderechista y todo lo que se quiera ha mostrado más madera de político que sus contrincantes, ya declaró que no le dará gusto a sus detractores y se dispone a continuar en el cargo. Y la razón es muy sencilla: el mejor sitio para defender el poder es el poder mismo, así sea en el reducido ámbito de un partido.
Eso mismo es lo que ignoran los petimetres que supuestamente asesoran a Felipe Calderón, quien sí debería saberlo. No es pequeña la fuerza de quien dirige el partido en el poder, pero resulta incontrastable frente al jefe de Estado si es que sabe emplear los medios económicos, políticos, jurídicos y policiaco-militares puestos en sus manos.
Los panegiristas de Calderón festejan que éste haya salido como "ganador" del aquelarre leonés y aun destacan que, en su discurso, Felipe haya pedido a los militantes de su partido su apoyo, que les recordara que es su obligación sostener a su gobierno o que Espino manifestara que Calderón es el "líder indiscutible del panismo".
Como fórmula de cortesía puede entenderse el gesto de falsa humildad de los presidentes que piden apoyo a su partido. Pero ese apoyo se da por sentado, es inherente a los variados nexos que existen entre quien ocupa un cargo público y el partido al que pertenece y lo tuvo como candidato. El hecho mismo de que Calderón demande ese respaldo indica que no sabe si lo tiene. Así de terrible es la falta de entendimiento en que vive.
Para quienes son duchos en el ejercicio del poder, hace rato que Calderón debió meter al orden al indisciplinado dirigente de su partido, pues el ocupante de la Presidencia de la República dispone de un enorme arsenal de recursos legales y paralegales, por no mencionar los ilegales que también tiene en sus manos. Con los antecedentes de Espino, alguien como don Fernando Gutiérrez Barrios tendría en su escritorio un grueso expediente del insubordinado, lo hubiera llamado en forma perentoria o lo hubiera hecho llevar por un par de agentes de inteligencia y, ya en su oficina, le hubiera dado a escoger entre la embajada en Burundi o la cárcel.
En el "gobierno" actual nadie sabe cómo hacer renunciar a Espino de la presidencia del PAN ni como hacerlo abandonar sus cargos en la democracia cristiana, pues, pese a las evidencias de abusos cometidos por Espino a su paso por diversos cargos, el señor Germán Martínez y otros miembros del equipo calderonista han sido incapaces de preparar un buen expediente inculpatorio en el medio año transcurrido desde el primero diciembre, aunque no han dejado de cobrar.
Alguien decía que Espino no recibiría el sopapo que se espera desde hace meses. Que ese no era el estilo de Calderón, quien prefiere, cuentan, ir despacio y desplegar operaciones envolventes. Hechos como haber sacado abruptamente al Ejército de sus cuarteles, para enfrentarlo al narcotráfico, desmienten que ese sea el talante filipino, pero lo cierto es que paciencia sí tiene, pues de otro modo no se entiende cómo permite que un mequetrefe haga ver más pequeño a quien debe ser su superior.
lunes, 4 de junio de 2007
¡INTELECTUALES BANANEROS!
Revista Contralínea Junio 1a quincena de 2007 Año 5 No. 80
Adal y la “cultura” panista
Humberto Musacchio
En el ámbito de la política, las palabras implican una toma de posición, describen una mentalidad y nos permiten explicarnos algunos hechos que afectan a toda la sociedad. Por eso cabe citar la felicitación que el ocupante de Los Pinos extendió al cómico Adal Ramones en la última emisión de su programa (de Adal, no de Felipe) Otro Rollo:
“Al igual que muchos mexicanos que seguimos a lo largo de 12 años el programa, te quiero mandar un abrazo muy fuerte, una felicitación a todo tu equipo por el trabajo, por el esfuerzo, por tantas dedicaciones. También un agradecimiento por haberle puesto (sic) un poco de alegría a la gente por tantos años”.
Por la transcripción anterior, debida al colega Rafael Cardona Sandoval, nos enteramos de que Felipe Calderón Hinojosa, quien cobra como presidente de la República, sigue, atiende, ve y escucha el programa del señor Ramones. Si lo siguió durante 12 larguísimos años fue seguramente porque ése es su gusto, y ahí está el problema, porque un gusto tan pobre muestra que su cultura –cualquier cosa que eso signifique– no da para más.
No tendría importancia si el asunto quedara para las horas del descanso presidencial. Lamentablemente, el gusto del señor Calderón nos permite explicarnos el porqué del bárbaro recorte al presupuesto del Conaculta, de más de 800 millones de pesos para 2007. No tiene sentido gastar en cultura, se dirá don Felipe, si Televisa ofrece programas que él considera tan apreciables y dignos de felicitación.
Por eso mismo, en Los Pinos nadie ha dicho esta boca es de Azcárraga en lo que respecta a la Ley Televisa. El que calla otorga. Que el monopolio de las conciencias se encargue de educar a los niños y de entretener a los adultos para que se olviden del desempleo, de los bajos salarios, de la entrega del país a intereses externos.
Alguien dirá que sólo fue una rutinaria felicitación al actor de la cachucha, pero lo cierto es que el pasado 12 de septiembre, cuando se mostraba en todo su esplendor el cochinero electoral, Adal Ramones y Laura Flores encabezaban un desplegado de las estrellitas televisivas en el que ellos, “al igual que la inmensa mayoría de los mexicanos”, estaban “satisfechos con nuestra vida democrática” y felicitaban al favorecido por los nuevos mapaches comiciales.
Calderón pagó una deuda, pero también ratificó su identificación con la idea de cultura que hoy tiene su partido. No es cuento: el PAN tiene un consejo “de cultura” que preside Erick del Castillo y lo integran la citada Laura Zapata (que también pertenece al “consejo de intelectuales” del mismo partido), Rodrigo Abed, Ismael Larrumbe Garrido, Amparo Galindo, Carlos Castillo López, David Filio Gómez, Poly Coronel Gándara, Isaac Holoshultz, Héctor Reyes, Gabriela Lezama y Ramón Gaytán. En suma, el consejo de cultura panista está integrado por conocidos faranduleros y personajes mundialmente desconocidos o tal vez célebres en sus respectivos domicilios, porque entre la gente de pluma o pincel nadie sabe de ellos.
Más allá del humor involuntario de este consejo de chistorete, lo que se advierte es la ignorancia cuadrúpeda del neopanismo que representa y encabeza Manuel Espino. Ésa es la triste condición electorera y corrupta en la que se ha despeñado el partido aquel que alguna vez encabezó un intelectual de polendas como Manuel Gómez Morín, a quien acompañaban personajes de la cultura como Ezequiel A. Chávez, Jesús Guiza y Acevedo, Enrique Loaeza, Efraín González Luna, Juan Landerreche Obregón, Adolfo Christlieb Ibarrola, Manuel González Hinojosa y algunos más.
Imposible olvidar que al PAN le dieron sus mejores años polemistas como José Ángel Conchello, Gerardo Medina o Carlos Castillo Peraza, que por cierto hablaba de un “triunfo cultural” que si existió fue mera chinampina, ruido sin nueces. Un reconocido intelectual del viejo panismo fue Luis Calderón Vega, que por lo visto no heredó el amor por los libros ni las inquietudes intelectuales a sus hijos, aunque alguno de ellos hizo una maestría patito en la Universidad de Harvard. Pero ya se sabe: lo que natura non da, Salamanca non lo presta.
Adal y la “cultura” panista
Humberto Musacchio
En el ámbito de la política, las palabras implican una toma de posición, describen una mentalidad y nos permiten explicarnos algunos hechos que afectan a toda la sociedad. Por eso cabe citar la felicitación que el ocupante de Los Pinos extendió al cómico Adal Ramones en la última emisión de su programa (de Adal, no de Felipe) Otro Rollo:
“Al igual que muchos mexicanos que seguimos a lo largo de 12 años el programa, te quiero mandar un abrazo muy fuerte, una felicitación a todo tu equipo por el trabajo, por el esfuerzo, por tantas dedicaciones. También un agradecimiento por haberle puesto (sic) un poco de alegría a la gente por tantos años”.
Por la transcripción anterior, debida al colega Rafael Cardona Sandoval, nos enteramos de que Felipe Calderón Hinojosa, quien cobra como presidente de la República, sigue, atiende, ve y escucha el programa del señor Ramones. Si lo siguió durante 12 larguísimos años fue seguramente porque ése es su gusto, y ahí está el problema, porque un gusto tan pobre muestra que su cultura –cualquier cosa que eso signifique– no da para más.
No tendría importancia si el asunto quedara para las horas del descanso presidencial. Lamentablemente, el gusto del señor Calderón nos permite explicarnos el porqué del bárbaro recorte al presupuesto del Conaculta, de más de 800 millones de pesos para 2007. No tiene sentido gastar en cultura, se dirá don Felipe, si Televisa ofrece programas que él considera tan apreciables y dignos de felicitación.
Por eso mismo, en Los Pinos nadie ha dicho esta boca es de Azcárraga en lo que respecta a la Ley Televisa. El que calla otorga. Que el monopolio de las conciencias se encargue de educar a los niños y de entretener a los adultos para que se olviden del desempleo, de los bajos salarios, de la entrega del país a intereses externos.
Alguien dirá que sólo fue una rutinaria felicitación al actor de la cachucha, pero lo cierto es que el pasado 12 de septiembre, cuando se mostraba en todo su esplendor el cochinero electoral, Adal Ramones y Laura Flores encabezaban un desplegado de las estrellitas televisivas en el que ellos, “al igual que la inmensa mayoría de los mexicanos”, estaban “satisfechos con nuestra vida democrática” y felicitaban al favorecido por los nuevos mapaches comiciales.
Calderón pagó una deuda, pero también ratificó su identificación con la idea de cultura que hoy tiene su partido. No es cuento: el PAN tiene un consejo “de cultura” que preside Erick del Castillo y lo integran la citada Laura Zapata (que también pertenece al “consejo de intelectuales” del mismo partido), Rodrigo Abed, Ismael Larrumbe Garrido, Amparo Galindo, Carlos Castillo López, David Filio Gómez, Poly Coronel Gándara, Isaac Holoshultz, Héctor Reyes, Gabriela Lezama y Ramón Gaytán. En suma, el consejo de cultura panista está integrado por conocidos faranduleros y personajes mundialmente desconocidos o tal vez célebres en sus respectivos domicilios, porque entre la gente de pluma o pincel nadie sabe de ellos.
Más allá del humor involuntario de este consejo de chistorete, lo que se advierte es la ignorancia cuadrúpeda del neopanismo que representa y encabeza Manuel Espino. Ésa es la triste condición electorera y corrupta en la que se ha despeñado el partido aquel que alguna vez encabezó un intelectual de polendas como Manuel Gómez Morín, a quien acompañaban personajes de la cultura como Ezequiel A. Chávez, Jesús Guiza y Acevedo, Enrique Loaeza, Efraín González Luna, Juan Landerreche Obregón, Adolfo Christlieb Ibarrola, Manuel González Hinojosa y algunos más.
Imposible olvidar que al PAN le dieron sus mejores años polemistas como José Ángel Conchello, Gerardo Medina o Carlos Castillo Peraza, que por cierto hablaba de un “triunfo cultural” que si existió fue mera chinampina, ruido sin nueces. Un reconocido intelectual del viejo panismo fue Luis Calderón Vega, que por lo visto no heredó el amor por los libros ni las inquietudes intelectuales a sus hijos, aunque alguno de ellos hizo una maestría patito en la Universidad de Harvard. Pero ya se sabe: lo que natura non da, Salamanca non lo presta.
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