Periódico Reforma
Viernes 26 de septiembre de 2008
Rafael Segovia
Se había oído, en más de una ocasión, que tal o cual unidad tenía miedo. Rara vez o nunca se decía que un país tenía miedo. Era una dimensión desconocida. Ya no lo es: México tiene miedo. Por más que se nos trate de explicar las razones o causas de ese malestar permanente, angustioso y generalizado, no nos queremos rendir a algo que complica nuestras vidas hasta el cansancio. No se puede responder con una aceptación que desde el vocabulario es inaceptable porque no nos dice nada: los traidores de México. ¿Quiénes son? ¿Los narcos, los comerciantes de drogas que pululan por todo el mundo? Los encontramos por todo el mundo pero en México campean por sus respetos, ante una población tan cansada como estupefacta ante la incompetencia e incapacidad del gobierno. Cada asesinato masivo, el señor Calderón Hinojosa convoca a una reunión del consejo de seguridad. Seguramente para tratar de entender el porqué de esa monstruosidad.
Si como Calderón dijo en un principio los asesinatos se daban entre los narcos, la tan traída y llevada sociedad civil quedaba libre de esa lucha feroz. Ya no hay quien comulgue con esa explicación. Los asesinatos han subido en número y en saña. Se decapita, se tortura, se ataca a ciegas -se tiran bombas de mano a la multitud-, se rapta y se mata a jóvenes, sin que nadie asuma la responsabilidad: son traidores que no obtienen beneficio alguno de su traición. Sí, debilitan al Estado que no sabe cómo defenderse y cumplir con su papel, que es defender y proteger a una sociedad gracias a la cual, en principio, gobierna.
Creemos todavía en el paradigma de Max Weber según el cual el Estado es el monopolio de la violencia legítima sobre un territorio determinado. Podemos asegurar que dadas las circunstancias actuales el Estado, aquí, no tiene el monopolio de la violencia, cuando la tiene, si la que tiene, es legítima, y en lo referente al territorio, se puede preguntar sobre cuál. Sobre Sinaloa no.
El gobierno pide el apoyo de la sociedad, casi nos llama cobardes por no denunciar al narco. Podemos decir que actuaremos con un valor cívico sin tacha cuando el Estado actúe de la misma manera, y no tergiverse sobre qué está haciendo y sólo nos enteremos de su acción por la prensa extranjera. Hay un evidente temor de informar, de decir cuáles son sus compromisos, que actuó en una acción concertada con Estados Unidos e Italia, que Estados Unidos por el acuerdo de Mérida está ocupando una posición preponderante en México y ya tiene el poder de decirnos qué se debe hacer y qué no, cuándo se debe obedecer y cuándo se puede disentir. Más de la mitad de las informaciones que nos alcanzan son filtraciones de alguna institución gubernamental.
Cuando se pide la unidad del país, no se puede pedir que éste la haga, porque si por ahora el señor Calderón solicita que se haga en torno al PAN después de advertir la división de México por culpa de los partidos. Ésta puede ser una fuerza divisiva, de ahí viene su nombre: agrupan a una parte de la población. Sólo los dictadores se atreven a hablar en nombre de toda la nación. Cuando el señor Calderón se pronuncia en nombre de México debería aclarar que nunca ha estado todo México tras él, por más que unas encuestas de encargo den unas cifras de fantasía, sólo superadas por las de su colega colombiano.
El temor es que las aguas vuelvan a su cauce normal para que el río siga corriendo como hace ya años lo viene haciendo con su cauda de asesinatos, robos, raptos y drogas, con un temor creciente del porvenir. No se sabe si los tiempos futuros serán peores.
El elemento esencial en este caos es el Ejército. Tener que ocupar una ciudad como ahora ocupa Morelia no es su papel, al militar no le cuadra el papel de policía, el servicio de orden. Ya le bastó el tener que ocuparse en el 68 de cumplir con una misión para la que no había sido creado y, como todo lo que se sale de su cauce natural, le lleva a la impopularidad. Se sabe la impopularidad irremediable de la policía y de su necesidad, del abuso de la autoridad para manejar ese cuerpo. Tan pronto como una sociedad lo necesita, se encuentra inmediatamente al culpable y éste resulta ser la policía. Es, casi siempre la víctima propiciatoria del orden público: en ella se refleja, quiérase que no, la sociedad. Si hay corrupción entre los miembros de este cuerpo es porque la hay en la sociedad, la inmoralidad pública no nace en la policía, nace en la sociedad y los grupos que la componen: los sindicatos son los primeros acusados. Coparmex es un sindicato, que sean los principales beneficiarios de la distribución de la riqueza no le quita su carácter sindical, como las otras cámaras industriales, comerciales y empresariales en general. Mientras estos hombres tuvieron una relación no democrática, corrupta y autoritaria con unos líderes venales, aquello era una relación idílica, modélica, inmejorable. Puede ser que Napoleón Gómez Urrutia no sea lo más deseable como líder, como tampoco lo son los señores del Grupo México. La contestación dada por las autoridades canadienses a la solicitud de extradición de Napoleón Gómez Urrutia bastó para que el Secretario del Trabajo se callara. No sabemos por desgracia si de una vez por todas. El señor Calderón se fue a Nueva York a hablar de la pobreza y sus calamidades. No se puede negar que este hombre tiene sentido del humor.
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