Reforma, 23 de marzo de 2007
Una alianza temible
Rafael Segovia
El Partido de Acción Nacional y el Revolucionario Institucional han encontrado pero no manifestado una alianza non sancta. Es un tipo de acuerdo que no se debe dar a conocer pues tiene algo vergonzoso: carece de los principios elementales donde se finca la amistad.
En México, donde todos los políticos nos aseguran que cuanto hacen va guiado por el amor a la patria, el bienestar de las mayorías y el sacrificio de los intereses particulares, cuesta trabajo explicar por qué esos dos partidos a los que nada une, de pronto están compartiendo una simpatía sospechosa y escondida, algo así como un amor adulterino.
El PRI siente la cercanía de una posible catástrofe electoral, la cual estaría aprobada por la cercanía política al PAN, partido desacreditado a una velocidad vertiginosa: le han bastado algo más de seis años de gobierno para que la población del país advierta su incompetencia, sus indecisiones y la ausencia de valor y de la seguridad indispensable para gobernar.
Pero el problema no es del PAN, que tiene bastante con sus conflictos internos, con sus rupturas ideológicas y sus deseos colonizadores; el problema más grave es del PRI y sólo de manera secundaria, como consecuencia de un fracaso del PRI, aparecerían las situaciones que se antojan imposibles de superar para el PAN.
Una derrota electoral del PRI en la elección de renovación de la Cámara de Diputados implicaría la liquidación definitiva de este partido, la desbandada de los restos de sus cuadros y militantes y el planteamiento de un nuevo escenario en la política nacional. Gamboa Patrón se vería en el trance de ser eliminado del panorama junto con el valedor del Presidente, Jorge Alcocer. Eso si antes no se los sacude Beatriz Paredes.
La política del señor Calderón Hinojosa pende de un hilo, porque si su inmovilismo está cantado, encontrarse con una Cámara de Diputados sin una mayoría posible, confirmaría la incapacidad de gobernar del partido aparentemente en el poder. Enfrentado ya sea con una coalición de partidos minúsculos o con un PRD llevado a la Cámara por un voto popular que no se olvida de cuanto ocurrió el 2 de julio, supondría una derrota doble del Presidente y en este caso no habría un IFE que lo sacara adelante.
Las Cámaras no saben cómo resolver el problema del ISSSTE; menos aún lo sabe el Presidente. Quienes han sido socios de esta institución saben que han pagado sus cuotas desde su fundación. De haberse capitalizado este dinero, el gobierno no estaría en los agobios actuales. Se lo gastó no sabemos en qué; el caso ahora es que no puede hacer frente a los compromisos que le dejaron los gobiernos del PRI, como es conocido, pero si el señor Calderón ha estudiado algo de teoría del Estado y su valido no es completamente analfabeto sabrá que sea del signo que sea un gobierno debe aceptar y cumplir los compromisos anteriores, a menos de portarse como la Unión Soviética que desconoció todo lo firmado por los gobiernos zaristas.
Su discurso sobre la refundación del ISSSTE es de una vacuidad aterradora. Su llamado a diputados y senadores es un intento de cubrir una estafa típicamente empresarial. Si la alianza PAN y PRI funciona el costo habrán de aceptarlo de ahora en adelante y seguramente será superior a lo que le cueste a Creel reponer su terno.
Tener y defender ideas claras está bien. Lo malo se presenta cuando se presentan como propias sin serlo. Condenar con términos melosos la aprobación del aborto en las primeras semanas de gestación es una operación jesuítica escondida tras un generoso principio político: mantener la unidad social, hecha pedazos desde el 2 de julio. Habla como si estuviera ante un país unido, convencido de los principios políticos del gobierno, de un gobierno democrático, llegado al poder de manera clara, ante el entusiasmo de los votantes.
Aceptemos que ganó la elección. Es una pócima difícil de tragar, pero ahí están los diputados del PRI dispuestos a bebérsela a litros. No habiendo convencido, vive escondido tras las fuerzas de seguridad que prohíben circular a pie por el Zócalo cuando él habla en Palacio Nacional, antes de irse a comer con los señores del Consejo Coordinador Empresarial.
Pide ahora ¿a quién? que se vote una ley sobre el aborto que no moleste a nadie, ni a su amigo Serrano Limón, el vendedor de tangas, modelo de estafador del Estado, perdonado por la judicatura. Ante un problema terrible -el número de abortos que se lleva a cabo en condiciones infames- no es para el Presidente el caso en cuestión, el caso es no ofender a la moral jesuítica o legionaria de Cristo, así la mayoría de la población esté a favor de la ley propuesta.
La desvergüenza de los insultos del impresentable Serrano Limón supera con mucho a la prudencia de los representantes populares y a los representantes ¿lo son? de la Iglesia, sus amenazas, sus vociferaciones y sus presuntas manifestaciones.
El Presidente sabe mejor que nadie quién dividió y sigue dividiendo al país, quién quiere imponer una serie de medidas impopulares, con el pretexto de ser indispensables. Sabe que la reforma indispensable es hacendaria, económica, redistributiva, lo que prometió siendo candidato, un candidato con el agua al cuello.
Desde su escondite de Los Pinos puede estudiar con detenimiento cómo los empresarios colombianos subvencionaron a los grupos armados de la derecha. No estamos lejos de ese modelo. No se conoce una sola medida del Ejecutivo para cumplir cualquiera de sus ofertas. Sus aliados del tipo Elba Esther no pueden ayudarla a cumplir nada. De ahí su deseo de agradar a la presidente Bachelet, mientras piensa en que se le pega algo de la legitimidad que rebosa de la chilena.
Una alianza temible
Rafael Segovia
El Partido de Acción Nacional y el Revolucionario Institucional han encontrado pero no manifestado una alianza non sancta. Es un tipo de acuerdo que no se debe dar a conocer pues tiene algo vergonzoso: carece de los principios elementales donde se finca la amistad.
En México, donde todos los políticos nos aseguran que cuanto hacen va guiado por el amor a la patria, el bienestar de las mayorías y el sacrificio de los intereses particulares, cuesta trabajo explicar por qué esos dos partidos a los que nada une, de pronto están compartiendo una simpatía sospechosa y escondida, algo así como un amor adulterino.
El PRI siente la cercanía de una posible catástrofe electoral, la cual estaría aprobada por la cercanía política al PAN, partido desacreditado a una velocidad vertiginosa: le han bastado algo más de seis años de gobierno para que la población del país advierta su incompetencia, sus indecisiones y la ausencia de valor y de la seguridad indispensable para gobernar.
Pero el problema no es del PAN, que tiene bastante con sus conflictos internos, con sus rupturas ideológicas y sus deseos colonizadores; el problema más grave es del PRI y sólo de manera secundaria, como consecuencia de un fracaso del PRI, aparecerían las situaciones que se antojan imposibles de superar para el PAN.
Una derrota electoral del PRI en la elección de renovación de la Cámara de Diputados implicaría la liquidación definitiva de este partido, la desbandada de los restos de sus cuadros y militantes y el planteamiento de un nuevo escenario en la política nacional. Gamboa Patrón se vería en el trance de ser eliminado del panorama junto con el valedor del Presidente, Jorge Alcocer. Eso si antes no se los sacude Beatriz Paredes.
La política del señor Calderón Hinojosa pende de un hilo, porque si su inmovilismo está cantado, encontrarse con una Cámara de Diputados sin una mayoría posible, confirmaría la incapacidad de gobernar del partido aparentemente en el poder. Enfrentado ya sea con una coalición de partidos minúsculos o con un PRD llevado a la Cámara por un voto popular que no se olvida de cuanto ocurrió el 2 de julio, supondría una derrota doble del Presidente y en este caso no habría un IFE que lo sacara adelante.
Las Cámaras no saben cómo resolver el problema del ISSSTE; menos aún lo sabe el Presidente. Quienes han sido socios de esta institución saben que han pagado sus cuotas desde su fundación. De haberse capitalizado este dinero, el gobierno no estaría en los agobios actuales. Se lo gastó no sabemos en qué; el caso ahora es que no puede hacer frente a los compromisos que le dejaron los gobiernos del PRI, como es conocido, pero si el señor Calderón ha estudiado algo de teoría del Estado y su valido no es completamente analfabeto sabrá que sea del signo que sea un gobierno debe aceptar y cumplir los compromisos anteriores, a menos de portarse como la Unión Soviética que desconoció todo lo firmado por los gobiernos zaristas.
Su discurso sobre la refundación del ISSSTE es de una vacuidad aterradora. Su llamado a diputados y senadores es un intento de cubrir una estafa típicamente empresarial. Si la alianza PAN y PRI funciona el costo habrán de aceptarlo de ahora en adelante y seguramente será superior a lo que le cueste a Creel reponer su terno.
Tener y defender ideas claras está bien. Lo malo se presenta cuando se presentan como propias sin serlo. Condenar con términos melosos la aprobación del aborto en las primeras semanas de gestación es una operación jesuítica escondida tras un generoso principio político: mantener la unidad social, hecha pedazos desde el 2 de julio. Habla como si estuviera ante un país unido, convencido de los principios políticos del gobierno, de un gobierno democrático, llegado al poder de manera clara, ante el entusiasmo de los votantes.
Aceptemos que ganó la elección. Es una pócima difícil de tragar, pero ahí están los diputados del PRI dispuestos a bebérsela a litros. No habiendo convencido, vive escondido tras las fuerzas de seguridad que prohíben circular a pie por el Zócalo cuando él habla en Palacio Nacional, antes de irse a comer con los señores del Consejo Coordinador Empresarial.
Pide ahora ¿a quién? que se vote una ley sobre el aborto que no moleste a nadie, ni a su amigo Serrano Limón, el vendedor de tangas, modelo de estafador del Estado, perdonado por la judicatura. Ante un problema terrible -el número de abortos que se lleva a cabo en condiciones infames- no es para el Presidente el caso en cuestión, el caso es no ofender a la moral jesuítica o legionaria de Cristo, así la mayoría de la población esté a favor de la ley propuesta.
La desvergüenza de los insultos del impresentable Serrano Limón supera con mucho a la prudencia de los representantes populares y a los representantes ¿lo son? de la Iglesia, sus amenazas, sus vociferaciones y sus presuntas manifestaciones.
El Presidente sabe mejor que nadie quién dividió y sigue dividiendo al país, quién quiere imponer una serie de medidas impopulares, con el pretexto de ser indispensables. Sabe que la reforma indispensable es hacendaria, económica, redistributiva, lo que prometió siendo candidato, un candidato con el agua al cuello.
Desde su escondite de Los Pinos puede estudiar con detenimiento cómo los empresarios colombianos subvencionaron a los grupos armados de la derecha. No estamos lejos de ese modelo. No se conoce una sola medida del Ejecutivo para cumplir cualquiera de sus ofertas. Sus aliados del tipo Elba Esther no pueden ayudarla a cumplir nada. De ahí su deseo de agradar a la presidente Bachelet, mientras piensa en que se le pega algo de la legitimidad que rebosa de la chilena.
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