Excélsior, 1 de febrero de 2006.
El viaje y sus desatinos
Humberto Musacchio
Muy altos pueden ser los costos de todo aprendizaje. La reciente gira europea de Felipe de Jesús Calderón muestra que el político aguerrido no es necesariamente un buen jefe de Estado, pues nunca ha sido aconsejable fabricarse enemigos donde hay simples colegas ni ocuparse de contrincantes a quienes se supone vencidos.
Calderón fue a Davos a decir que el 2 de julio “los mexicanos decidieron en favor de la democracia, del mercado y de políticas públicas responsables y viables”. Difícilmente puede identificarse el triunfo adjudicado a la derecha con un éxito de la democracia, pues los manchones del proceso electoral fueron todos en beneficio de Calderón, no de sus rivales.
Incluso, es difícil sostener que cada voto por el PAN fue un apoyo al libre mercado, la especulación y los monopolios, como esos que hace unos días subieron hasta 50% el precio de la tortilla, con la complacencia del gobierno federal, que incluso llamó a firmar un acuerdo mediante el cual se bendijo el alza desproporcionada del principal alimento de los mexicanos.
Como si fuera un timbre de orgullo y no motivo de una prudente reserva, sin rodeos, dijo Calderón en Davos que está “siguiendo y expandiendo políticas públicas de gobiernos mexicanos que han sido exitosas, tanto del presidente Zedillo como del presidente Fox”. Ni más ni menos.
Es dudoso que Vicente Fox haya tenido algo que pueda entenderse como política. Lo suyo fueron las ocurrencias, los traspiés, las gansadas, no la política entendida como cuerpo de ideas y claridad de propósitos. En el caso de Zedillo, el otro gran fracasado, lo que dejó su actuación fue el espejismo de las cifras macroeconómicas en la charca del desempleo, la pérdida de soberanía, y la pobreza generalizada, en suma, un desastre que los sucesores se han empeñado en ahondar.
En los saldos de la gira presidencial tendrán que anotarse otros resultados ingratos, pues, sin que fuera necesario, Calderón reanudó su pleito contra los gobiernos de Venezuela y Bolivia, con los costos previsibles. Sugerir que son gobiernos totalitarios no sólo es un acto injerencista, contrario al respeto entre estados, sino contradice la voluntad de los pueblos de esos países, que en el caso de Bolivia eligieron por amplia mayoría a Evo Morales y resulta hasta ridículo frente al proceso de Venezuela, donde Hugo Chávez ha ganado por considerable mayoría en tres ocasiones en comicios celebrados bajo rigurosa vigilancia internacional, todo lo cual le hizo notar Luiz Inácio Lula da Silva al panista.
Pero los ataques de Calderón a gobiernos de países hermanos, lo mismo que la trasnochada defensa del ALCA, tienen como fin congraciarse con Washington. Forman parte de una estrategia que incluye la entrega de capos del narcotráfico y otros hechos lesivos a la soberanía nacional, favores que, por supuesto, la potencia imperial no tomará en cuenta porque los amores fáciles no suelen ser correspondidos.
En esta gira por Europa, Felipe de Jesús Calderón hizo en Berlín una lamentable confesión de impotencia, pues declaró que los jefes del tráfico de drogas aquí “estaban amenazando a jueces, fiscales, empresarios, ciudadanos, desde la prisión. Incluso habían ejecutado a varios jueces mexicanos (y por eso) tomamos la decisión de extraditar a 15 capos del narcotráfico que demandaba la justicia de Estados Unidos” (Reforma, 26/I/07). Según el diario La Jornada, Calderón habría dicho incluso que los capos “habían ejecutado a varios jueces mexicanos”. De cualquier manera, lo que exhibe esa lógica es que, cada vez que el gobierno panista no pueda resolver un problema, lo pondrá en manos de EU para su solución.
Pero, además de confesar su impotencia como gobernante, Calderón fue desmentido aquí por el Consejo de la Judicatura Federal, según el cual ningún juez ha solicitado que sea reforzada su seguridad y la relación de este organismo con la Procuraduría General de la República “es la que se tiene desde hace mucho tiempo” (Reforma, 26/I/07).
En este rosario de desgracias que ha sido la primera gira europea de Calderón, el inefable Manuel Espino le echó grueso leño a la hoguera al criticar, en el periódico madrileño La Razón, la política seguida frente al terrorismo por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, lo que obligó al equipo del mandatario mexicano a emitir un comunicado en el que expresaba su respeto por las decisiones del gobierno español y a cancelar la entrevista programada con Mariano Rajoy, el líder del neofranquismo, la que finalmente sí se realizó, aunque en lo oscurito.
Pese a todo, Espino se anotó otro éxito, pues con su presión llevó a que Felipe le prometiera a Zapatero entregarle etarras que se hallen en territorio mexicano, lo que constituye una nueva traición a la política de asilo seguida por México antes de que irrumpiera el entreguismo de Zedillo.
En fin, que a su regreso, para recuperar terreno, Felipe tendrá que dar un manotazo sobre la mesa y enviar a Espino a la embajada en Islas Fiji o someterlo por otros medios, pues un Presidente de la República no puede permanecer a la misma altura que el faccioso líder de su partido. En el pleito de las pandillas que se disputan la dirección del PAN, Calderón debe ser factor, no actor.